jueves, 5 de mayo de 2011

El monje que vendio su ferrari: 10 El poder de la disciplina


DIEZ

El poder de la disciplina


Estoy convencido de que en este día somos dueños de nuestro destino, que la tarea que se nos ha impuesto no es superior a nuestras fuerzas, que sus acometidas no están por encima de lo que puedo soportar. Mientras tengamos fe en nuestra causa y una indeclinable voluntad de vencer, la victoria estará a nuestro alcance.
WINSTON CHURCHILL

Julián siguió utilizando la fábula mística del yogui Raman como piedra angular de las enseñanzas que estaba compartiendo conmigo. Yo sabía que el jardín de mi mente era una mina de poder y potencialidad. Por el símbolo del faro, había aprendido la gran importancia de tener un propósito claro en la vida y la efectividad de marcarse objetivos. Mediante el ejemplo del luchador de sumo japonés, me había introducido en el concepto del kaizen y en los beneficios que se derivarían del autodominio. Pero ignoraba que lo mejor estaba por venir.
—Recordarás que nuestro amigo el voluminoso luchador estaba desnudo.
—Sin contar el cable de alambre color de rosa que cubría sus partes pudendas —repuse animadamente.
—Cierto —asintió Julián—. El cable rosa servirá para recordarte el poder de la disciplina cuando quieres forjarte una vida más plena, feliz y esclarecida. Los maestros de Sivana eran sin duda las personas más sanas, contentas y serenas que he conocido jamás. Pero también las más disciplinadas. Estos sabios me enseñaron que la virtud de la autodisciplina es como un cable de alambre. ¿Alguna vez te has parado a examinar un cable, John?
—No es que sea una de mis prioridades, la verdad —admití con una sonrisa.
—Hazlo cuando tengas ocasión. Verás que consiste en muchos y diminutos alambres puestos uno encima de otro. Cada alambre por sí solo es fino y frágil. Pero todos juntos suman mucho más que sus partes, de forma que el cable es más fuerte que el hierro. Algo similar ocurre con el autocontrol y la fuerza de voluntad. Para tener una voluntad de hierro es esencial ofrecer pequeños tributos a la virtud de la disciplina personal. Convertidos en algo rutinario, estos actos van aglutinándose hasta producir finalmente una gran fuerza interior. Hay un viejo proverbio africano que lo expresa mejor: «Varias telarañas unidas pueden atrapar a un león.» Si liberas tu fuerza de voluntad te conviertes en dueño de tu mundo personal. Cuando practiques continuamente el viejo arte del autodominio, no habrá obstáculo ni crisis que no puedas superar. La autodisciplina te proporcionará las reservas mentales requeridas para perseverar cuando la vida te ponga a prueba.
»Déjame prevenirte de una cosa: la falta de fuerza de voluntad es una enfermedad mental —añadió Julián—. Si padeces esta debilidad, procura ponerle solución cuanto antes. La abundancia de fuerza de voluntad y de disciplina es uno de los principales atributos de todos aquellos con carácter fuerte y una vida maravillosa. La fuerza de voluntad te permite hacer lo que dijiste que harías: levantarte a las cinco de la mañana para cultivar tu mente mediante la meditación. O alimentar tu espíritu con un paseo por el bosque cuando la cama te reclama en un frío día de invierno. Es la fuerza de voluntad lo que te permite contener la lengua cuando alguien te insulta o hace algo con lo que no estás de acuerdo, lo que impulsa tus sueños cuando las alternativas parecen estar en con—tra, lo que te da la fuerza interior para ser fiel a tus compromisos para con los demás y, sobre todo, para contigo mismo.
—¿De veras es tan importante?
—Es la virtud esencial de toda persona que se ha creado una vida llena de pasión, potencialidad y paz.
Julián sacó de su túnica un medallón de plata, de esos que se ven en una exposición sobre el Antiguo Egipto.
—No era necesario —bromeé.
Los Sabios de Sivana me lo regalaron la última noche que pasé con ellos. Fue una jubilosa celebración entre miembros de una familia que vivía la vida al máximo. Fue también una de las noches más memorables, y más tristes, de mi vida. Yo no quería abandonar el nirvana de Sivana. Aquél era mi santuario, un oasis de cosas buenas. Los sabios se habían convertido en mis hermanos espirituales. Una parte de mi vida se quedó allá arriba, en el Himalaya.
—¿Qué dicen las palabras grabadas en el medallón?
—Te las leeré. No las olvides nunca, John. A mí me han ayudado mucho cuando la situación se ponía difícil. Rezo para que a ti también te consuelen en momentos de apuro. Escucha:

Mediante el acero de la disciplina, forjarás un carácter colmado de coraje y de paz. Mediante la virtud de la voluntad, estás destinado a alcanzar el más alto ideal de la vida y a vivir en una mansión celestial llena de cosas buenas, de vitalidad y alegría. Sin ello, estás perdido como un marino sin brújula, ese marino que al final se hunde con su barco.

—Nunca he pensado en la importancia del autodominio —admití—, aunque algunas veces sí he deseado ser más disciplinado. ¿Estás diciendo con esto que la disciplina se puede desarrollar igual que mi hijo mayor desarrolla sus bíceps en el gimnasio?
—La analogía es excelente. Tú pones en forma tu fuerza de voluntad como tu hijo pone en forma su musculatura. Cualquier persona, por más débil o aletargada que pueda estar ahora, puede ganar en disciplina en un plazo relativamente corto. Gandhi es un buen ejemplo. Cuando la gente piensa en este santo moderno suele recordar a un hombre que podía estar semanas sin comer y soportar tremendos dolores en aras de sus convicciones. Pero si estudias la vida de Gandhi, verás que no siempre fue un maestro del autodominio.
—No me dirás que Gandhi era adicto al chocolate, ¿verdad?
—Claro que no, John. En su época de abogado en Sudáfrica, era propenso a arranques y exabruptos, y las disciplinas del ayuno y la meditación le eran tan extrañas como el sencillo taparrabos blanco que al final se convirtió en su seña de identidad.
—¿Sugieres que con una buena mezcla de adiestramiento y preparación yo podría tener la misma fuerza de voluntad que Gandhi?
—Todos somos diferentes. Uno de los principios fundamentales que el yogui Raman me enseñó es que las personas realmente esclarecidas nunca buscan ser como otros, sino que persiguen ser superiores a su propio yo. No compitas con los demás. Compite contigo mismo —replicó Julián.
»Cuando tengas autodominio, dispondrás de fortaleza para hacer lo que siempre has querido hacer, tanto si es entrenarte para la maratón como si es dominar el arte del rajting o dejar la abogacía y dedicarte a la pintura. No te voy a juzgar, tus sueños son sólo tuyos. Sólo te digo que todas estas cosas estarán a tu alcance cuando cultives las reservas dormidas de tu fuerza de voluntad.
»Dotar a tu vida de autodominio y disciplina —añadió— te dará también una intensa sensación de libertad. Esto solo ya cambiará las cosas.
—¿A qué te refieres?
—La mayoría de las personas goza de independencia para ir a donde quiere y hacer las cosas que le gusta hacer. Pero muchas son esclavas de sus impulsos. Se han vuelto reactivas en vez de proactivas, esto es, son como la espuma del mar golpeando un acantilado, a merced de las mareas. Si están con la familia y alguien del trabajo telefonea diciendo que hay problemas, salen pitando de casa sin pensar qué actividad es más crucial para el conjunto de su bienestar y para el propósito de sus vidas. Después de lo que he observado en todos estos años, tanto aquí como en Oriente, digo que esas personas tienen autonomía pero carecen de libertad. Carecen del ingrediente clave para una vida llena de significado: la libertad para ver el bosque además de los árboles, la libertad de escoger lo que es justo por encima de lo que es apremiante.

Julián estaba en lo cierto. Por supuesto, yo no podía quejarme. Tenía una familia estupenda, una casa cómoda y un trabajo muy próspero. Pero realmente no podía afirmar que hubiese alcanzado la libertad. Mi busca era para mí un apéndice tan valioso como mi brazo derecho. Yo siempre iba corriendo. Nunca parecía tener tiempo suficiente para comunicarme con Jenny, y pensar en un rato de tranquilidad en un futuro próximo me parecía tan probable como pensar en ganar la maratón de Boston. Cuanto más lo pensaba, más comprendía que probablemente no había llegado a probar el néctar de la verdadera e ilimitada libertad. Supongo que era un esclavo de mis impulsos. Siempre hacía lo que los demás me decían que debía hacer.
—¿Y seré más libre a base de fuerza de voluntad?
—La libertad es como una casa: se construye ladrillo a ladrillo. El primer ladrillo que deberías poner es la fuerza de voluntad. Es la virtud que te inspira a hacer lo correcto en cada momento. Te da la energía para obrar con coraje. Te da el control para vivir la vida que has imaginado, en vez de aceptar la vida que llevas.
Julián apuntó también los beneficios prácticos que se derivarían de cultivar la disciplina.
—Lo creas o no, desarrollar el poder de tu voluntad puede borrar el hábito de preocuparte, mantener tu salud y darte más energía de la que has tenido nunca. Mira, John, el autodominio no es sino control de la mente. La voluntad es la reina de los poderes mentales. Cuando dominas tu mente dominas tu vida. Para dominar la mente hay que empezar siendo capaz de controlar todos y cada uno de los pensamientos. Cuando hayas desarrollado la habilidad de descartar todo pensamiento débil y centrarte sólo en los buenos y positivos, tu comportamiento será bueno y positivo. Pronto atraerás hacia tu vida las cosas que son buenas y positivas.
»Un ejemplo. Supongamos que uno de tus objetivos personales es levantarte cada mañana a las seis y salir a correr un poco por el parque cercano a tu casa. Supón que estamos en pleno invierno y que el despertador te saca de un sueño profundo y reparador. Tu primer impulso es apagarlo y seguir durmiendo. Bueno, ya irás a correr mañana. Esto se repite durante unos días hasta que decides que ya eres demasiado viejo para cambiar de hábitos y que el objetivo de ponerse en forma es poco realista.
—Me conoces muy bien —dije.
—Consideremos un guión distinto. Estamos aún en pleno invierno. Suena el despertador y tú piensas en quedarte acostado. Pero en lugar de someterte a tus hábitos, opones a éstos ideas más poderosas. Empiezas a imaginarte en perfecta forma física, y cómo afecta eso a tu aspecto y tu manera de sentir, de actuar. Oyes los cumplidos de tus colegas cuando pasas frente a ellos con tu cuerpo esbelto y atlético. Te concentras en aquello que puedes lograr con la energía que te proporciona un programa regular de ejercicios. Se acabaron las noches ante el televisor porque estás demasiado cansado para hacer cualquier otra cosa. Tu vida está llena de vitalidad, entusiasmo y significado.
—Pero imagina que lo hago y aún tengo ganas de seguir durmiendo en vez de salir a correr.
—Durante los primeros días te costará un poco, y sentirás ganas de volver a tus viejos hábitos. El yogui Raman tenía una fe ciega en uno de estos principios ancestrales: lo positivo siempre vence a lo negativo. Si continúas rechazando los pensamientos débiles que con los años pueden haberse colado en el palacio de tu mente, al final verán que no son bienvenidos y su única opción será marcharse.
—¿Estás diciendo que los pensamientos son entes físicos?
—Sí, y están bajo tu control. Es tan fácil tener pensamientos positivos como tenerlos negativos.
—Pero entonces ¿por qué tanta gente se preocupa y sólo piensa en la información negativa que el mundo nos da?
—Porque no han aprendido el arte del autocontrol y el pensamiento disciplinado. Las personas con las que he hablado no tienen, en su mayoría, la menor idea de que poseen el poder de controlar todas y cada una de las cosas que piensan, en cada momento de cada día de sus vidas. Creen que los pensamientos ocurren y basta, jamás han reparado en que si no te das tiempo para controlarlos, tus pensamientos te dominarán. Cuando empieces a concentrarte sólo en pensamientos positivos, rechazando los negativos a fuerza de voluntad, te aseguro que los pensamientos malos se marchitarán enseguida.
—Entonces, si quiero ser capaz de levantarme temprano, comer menos, leer más, preocuparme menos, ser más paciente o ser más afectuoso, ¿lo único que he de hacer es emplear la fuerza de voluntad para limpiar mis pensamientos?
—El que controla sus pensamientos, controla su mente. El que controla su mente, controla su vida. Cuando alcanzas la fase de controlar totalmente tu vida, te conviertes en dueño y señor de tu destino.
Yo necesitaba oír eso. En el transcurso de aquella extraña pero inspiradora velada yo había pasado de ser un escéptico que analizaba escrupulosamente a un abogado de campanillas convertido en yogui a ser un creyente cuyos ojos se habían abierto por primera vez en su vida.
Deseé que Jenny lo hubiera escuchado todo. En realidad, deseé que también mis hijos hubieran sido partícipes de aquella sabiduría. Sospechaba que les habría afectado igual que a mí. Yo siempre había querido ser un mejor padre de familia y vivir de forma más plena, pero siempre había estado ocupado en sofocar esos fuegos de la vida que tan apremiantes me parecían. Podía tratarse de una debilidad, una falta de autodominio. La incapacidad de ver el bosque por culpa de los árboles, tal vez. La vida pasaba muy rápidamente. Me parecía ayer cuando yo estudiaba leyes, lleno de entusiasmo y energía juveniles. Soñaba con ser un político importante o incluso un juez del tribunal supremo. Pero a medida que transcurrían los años me dejé llevar por la rutina. Incluso cuando era un abogado altanero, Julián solía decirme que «la complacencia mata». Cuanto más pensaba en ello, más me percataba de que había perdido mi avidez. Esto ya no era avidez por tener una casa más grande o un coche más veloz, sino la de vivir con más significado, con más alegría y con más satisfacción.
Empecé a discurrir mientras Julián seguía hablando. Ajeno a lo que me estaba diciendo ahora, me vi primero como un hombre de cincuenta o sesenta años. ¿Estaría trabajando de lo mismo y luchando con las mismas cosas en esa etapa de mi vida? Me temí que sí. Yo siempre había querido contribuir al mundo de alguna manera, y no lo estaba haciendo. Creo que fue entonces, con Julián sentado cerca de mí en el suelo de mi sala de estar en esa calurosa noche de julio, cuando cambié. Los japoneses lo llaman satori, que significa «despertar instantáneo», y eso fue exactamente para mí. Tomé la decisión de realizar mis sueños y hacer de mi vida mucho más de lo que había sido hasta entonces. Ahí fue cuando saboreé por primera vez la auténtica libertad, la que se desprende de decidir que uno toma las riendas de su vida y de todos los elementos que la constituyen.
—Te daré una fórmula para desarrollar la fuerza de voluntad —dijo Julián, sin saber la transformación interior que yo acababa de experimentar—. El conocimiento sin las herramientas adecuadas para aplicarlo no es conocimiento. Cada día, mientras vas andando al trabajo, quisiera que repitieses unas pocas palabras.
—¿Es uno de esos mantras que mencionabas antes? —pregunté.
—Así es. Un mantra cuya existencia se remonta a más de cinco mil años, aunque sólo el pequeño grupo de Sivana tiene conocimiento del mismo. El yogui Raman me dijo que repitiéndolo yo desarrollaría en poco tiempo el autodominio y una voluntad indomable. Recuerda que las palabras tienen una gran influencia. Las palabras son la encarnación verbal del poder. Si llenas tu mente de palabras buenas, te vuelves bondadoso. Si llenas tu mente de pensamientos de coraje, te vuelves valeroso. Las palabras tienen poder.
—Lo sé.
—Éste es el mantra que te sugiero repitas al menos treinta veces al día:

«Soy más de lo que aparento, toda la fuerza y el poder del mundo están en mi interior.»

Verás cambios profundos en tu vida. Para conseguir resultados más inmediatos, mezcla este mantra con la práctica de la visualización creativa. Por ejemplo, busca un lugar tranquilo. Siéntate con los ojos cerrados. No dejes que tu mente se extravíe. Mantén el cuerpo inmóvil, pues el síntoma más claro de una mente débil es un cuerpo incapaz de descansar. Repite el mantra en voz alta, una y otra vez. Mientras lo haces, imagínate como una persona disciplinada y resuelta, con absoluto control de tu mente, cuerpo y espíritu. Imagínate obrando como hubieran obrado Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta ante una situación difícil. Ten por seguro que los resultados serán sorprendentes.
—¿Ya está? —pregunté, sorprendido por la aparente simplicidad de la fórmula propuesta—. ¿Podré echar mano de las reservas de mi fuerza de voluntad practicando este simple ejercicio?
—Es una técnica que los maestros espirituales de Oriente han enseñado desde hace siglos. Si sigue en vigor es porque funciona. Como siempre, juzga por los resultados. Si te interesa, hay un par de ejercicios más para liberar la fuerza de voluntad y cultivar la disciplina interior. Pero te advierto que al principio podrán parecerte extraños.
—Oye, Julián, estoy fascinado por lo que me cuentas. No te detengas ahora.
—Bien. Lo primero es empezar haciendo las cosas que no te gustan. Puede ser algo tan simple como hacerte la cama cada ¡mañana o ir al trabajo andando y no en coche. Habituándote a ejercitar tu voluntad, dejarás de ser un esclavo de tus impulsos más débiles.
—¿Evitar la atrofia?
—Exactamente. Para aumentar la fuerza de voluntad y la fortaleza interior primero debes ponerlas en práctica. Cuanto más ejercites el embrión de la autodisciplina, más rápidamente madurará y te dará los resultados que deseas obtener. El segundo ejercicio es uno de los favoritos del yogui Raman. Solía pasarse un día entero sin hablar, salvo para responder a preguntas directas.
—¿Una especie de voto de silencio?
—En realidad no era otra cosa, John. Los monjes tibetanos que popularizaron esta práctica creían que estar callado durante un período largo de tiempo tenía el efecto de reforzar la propia disciplina.
—Pero ¿cómo?
—Guardando silencio durante un día, lo que haces básicamente es condicionar tu voluntad para que haga lo que tú le ordenes. Cada vez que surge la necesidad de hablar, refrenas ese impulso y te quedas callado. Tu voluntad no tiene una mente propia. Espera a que tú le des instrucciones que la hagan ponerse en movimiento. Cuanto más control ejerces sobre ella, más poderosa puede llegar a ser. El problema es que la mayoría de la gente no utiliza su fuerza de voluntad.
—¿Y por qué?
—Probablemente porque la mayoría de la gente cree no tener esa fuerza. Culpan a todo y a todos, salvo a ellos mismos, de esta aparente debilidad. Los que tienen muy mal genio dicen que no lo pueden evitar, que su padre era igual. Los que se preocupan demasiado dicen que no es culpa suya, que tiene un trabajo muy estresante. Los que duermen más de la cuenta dicen que su cuerpo lo necesita. Todas estas personas carecen de la responsabilidad que es el producto de conocer el extraordinario potencial que todos tenemos en nuestro interior, esperando un motivo para pasar a la acción. Cuando conozcas a fondo las leyes de la naturaleza, las que gobiernan el funcionamiento del universo y de todas sus criaturas, sabrás también que tienes el derecho natural a ser todo aquello que puedes ser. Tú posees la fuerza para ser más que tu entorno. Del mismo modo, tienes la capacidad de ser algo más que un prisionero de tu pasado. Para hacerlo, debes convertirte en dueño de tu voluntad.
—Suena complicado.
—En realidad, es un concepto práctico. Imagina lo que podrías llegar a hacer si doblaras o triplicaras la fuerza de voluntad que tienes actualmente. Podrías iniciar ese programa de ejercicios con el que sueñas hace tiempo, podrías ser mucho más eficaz con tu tiempo, podrías borrar el hábito de preocuparte, o podrías ser el marido ideal. Usar tu voluntad te permite reavivar la energía vital que dices haber perdido.
—Resumiendo, el quid de la cuestión estaría en utilizar mi voluntad de manera regular.
—Así es. Decídete a hacer las cosas que deberías hacer, en lugar de seguir el camino del mínimo esfuerzo. Empieza a combatir la fuerza gravitatoria de tus malos hábitos del mismo modo que un cohete espacial supera la fuerza de la gravedad para entrar en el cosmos. Ponte a prueba y verás lo que sucede en cuestión de semanas.
—¿Ayudará el mantra?
—Sí. Repetir ese mantra que te he dado, junto con la práctica diaria de verte como tú deseas ser, te servirá de apoyo a medida que vayas creando esa vida disciplinada que te conecta con tus sueños. Y no es preciso que lo cambies todo en un día. Empieza por lo pequeño, has de dar el primer paso. Vamos creciendo de manera paulatina. Entrenarte a levantarte una hora antes y no perder ese maravilloso hábito reforzará la confianza en ti mismo y te servirá de inspiración para alcanzar cotas más altas.
—No veo la relación —confesé.
—Pequeñas victorias conducen a grandes victorias. Para alcanzar lo grande debes reforzar antes lo pequeño. Siendo coherente con la decisión de levantarte más temprano, sentirás el placer y la satisfacción que da el realizar algo. Te has marcado una meta y la has conseguido. Eso sienta bien. El truco está en seguir subiendo el listón constantemente. Eso propiciará el mágico impulso que te motivará a seguir explorando tu infinito potencial. ¿Te gusta esquiar?
—Me encanta —dije—. Jenny y yo llevamos a los chicos a esquiar siempre que podemos, que no es muy a menudo.
—Bien. Piensa en lo que se siente cuando arrancas desde lo alto de la pista. Al principio vas despacio, pero al poco rato estás volando cuesta abajo como si el mañana no existiera. ¿Cierto?
—Yo soy un ninja esquiando. ¡Adoro la velocidad!
—¿Qué te impulsa a ir tan rápido?
—¿Mi físico aerodinámico? —bromeé.
—Ya. —Rió Julián—. La respuesta es el «ímpetu». Y el ímpetu es también el ingrediente necesario para la autodisciplina. Como decía antes, empieza poco a poco, ya sea levantándote más temprano, dando un corto paseo cada noche o simplemente apagando el televisor cuando sabes que ya tienes bastante. Estas pequeñas victorias crean ese ímpetu que te anima a dar pasos más largos en la senda de tu yo superior. En poco tiempo estarás haciendo cosas que jamás habías creído ser capaz de hacer, con un vigor y una energía que desconocías en ti. Es un proceso absolutamente delicioso, John. Y el cable color de rosa de la fábula mágica te recordará siempre el poder de tu voluntad.

Justo cuando Julián terminaba de revelar sus ideas sobre el tema de la disciplina, advertí los primeros rayos de sol asomando a la sala de estar. Va a ser un gran día, me dije. El primer día del resto de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario