jueves, 5 de mayo de 2011

El monje que vendio su ferrari: 6 La sabiduría del cambio personal


SEIS

La sabiduría del cambio personal


Soy un artista del vivir; mi obra de arte es mi vida.
Suzuki

Fiel a su palabra, Julián se presentó en mi casa al día siguiente, a las siete, y llamó con cuatro golpes rápidos en la puerta. Mi casa es un edificio a la moda con espantosas persianas rosas que, según mi mujer, recordaban las casas que salían en Architectural Design. Julián tenía un aspecto radicalmente distinto al del día anterior. Todavía se le veía radiante de salud y exudando una increíble sensación de calma interior. Pero lo que llevaba me inquietó un poco.
Iba enfundado en una larga túnica roja provista de una capucha azul con bordados. Y aunque estábamos en julio y hacía un calor sofocante, él llevaba puesta la capucha.
—Saludos, amigo —dijo Julián con entusiasmo.
—Hola.
—No pongas esa cara, ¿qué esperabas, que llevara un traje de Armani?
Los dos nos echamos a reír. Julián no había perdido un ápice de su agudo sentido del humor que antaño me había entretenido tanto.
Mientras nos relajábamos en mi atestada pero confortable sala de estar, no pude evitar fijarme en el complicado collar de cuentas de madera que llevaba al cuello.
—¿De qué son las cuentas? Son muy bonitas.
—Te lo contaré después —dijo Julián—. Tenemos mucho de que hablar esta noche.
—Pues al grano. Hoy apenas he dado golpe de lo nervioso que estaba por nuestro encuentro.
Inmediatamente, Julián empezó a revelarme más cosas sobre su transformación personal y la facilidad con que se produjo. Me habló de las antiguas técnicas que había aprendido para controlar la mente y para borrar el hábito de preocuparse que a tantos afecta en nuestra compleja sociedad. Habló de las enseñanzas de los monjes para vivir una vida más plena y gratificante. Y habló también de una serie de métodos para liberar el manantial de juventud y energía que, dijo, todos llevamos dentro en estado latente.
Aunque se expresaba con convicción, yo empecé a mostrarme escéptico. ¿Estaría siendo víctima de una broma? Al fin y al cabo, este jurista salido de Harvard había sido célebre en el bufete por sus bromas pesadas. Además, su historia era absolutamente fantástica. Imagínese: uno de los mejores abogados del país arroja la toalla, vende todas sus posesiones terrenales y emprende una odisea a pie por el norte de la India, para regresar convertido en profeta del Himalaya. No podía ser verdad.
—Venga, Julián. No me tomes más el pelo. Todo esto empieza a parecerse a una de tus bromas. Apuesto que has alquilado la túnica en la tienda de disfraces que hay en frente de mi oficina.
Julián reaccionó al punto, como si ya hubiera esperado que no le creyera.
—¿Cómo argumentas un caso cuando estás ante el tribunal?
—Aportando pruebas persuasivas.
—Bien. Mira las pruebas que yo aporto. Mira mi cara, sin una sola arruga. Mira mi físico. ¿Notas la abundancia de energía que hay en mí? Mira mi tranquilidad. Seguro que notas que he cambiado.
No le faltaba razón. Este hombre, apenas unos años atrás, parecía dos décadas más viejo.
—No habrás ido a un cirujano plástico, ¿verdad?
—No. —Sonrió—. Ellos sólo piensan en la persona exterior. Yo necesitaba curarme por dentro. Mi vida desequilibrada y caótica me dejó en una situación límite. Lo que sufrí fue mucho más que un ataque al corazón. Fue una ruptura de mi núcleo interno.
—Pero es que todo suena tan... misterioso e insólito.
Julián mantuvo la calma ante mi insistencia. Al ver la tetera que yo había dejado sobre la mesa, él mismo empezó a servirme. Vertió el té hasta llenar la taza... ¡y siguió haciéndolo! El té empezó a caer sobre el platillo y luego sobre la querida alfombra persa de mi mujer. Al principio me quedé perplejo. Pero luego chillé:
—¿Qué estás haciendo? Mi taza ya está llena. ¡Por más que lo intentes no admitirá más té!
Julián me miró largamente.
—No me interpretes mal. Yo te respeto, John. Siempre lo he hecho. Sin embargo, igual que esta taza, tú pareces estar lleno de ideas propias. ¿Cómo van a entrar más, si no vacías primero tu taza?
Me impactó la verdad de sus palabras. Julián tenía razón. Mis años en el conservador mundo de la abogacía, haciendo siempre las mismas cosas con la misma gente que pensaba las mismas cosas cada día, habían llenado mi taza hasta el borde. Jenny siempre me estaba diciendo que deberíamos conocer gente nueva y explorar nuevas cosas. «Ojalá fueras un poco más aventurero, John», solía decirme.
Ya no recordaba cuándo fue la última vez que leí un libro que no tuviera que ver con leyes. Mi profesión era toda mi vida. Empecé a comprender que el mundo al que estaba acostumbrado había embotado mi creatividad y limitado mi visión del mundo.
—De acuerdo. Entiendo lo que dices —admití—. Es posible que todos estos años me hayan convertido en un escéptico. Desde que te vi ayer en mi despacho, algo me dijo que tu transformación era genuina, y que yo podía aprender algo de todo ello. Tal vez no quería creerlo.
—John, ésta es la primera noche de tu nueva vida. Sólo te pido que pienses en los conocimientos que voy a compartir contigo y que los apliques durante un mes con total convicción. Toma estos métodos confiando en su efectividad. Hay una razón para que hayan sobrevivido millares de años: es que funcionan.
—Un mes me parece mucho tiempo.
—Invertir 672 horas de trabajo interior para mejorar profundamente tus momentos de vigilia para el resto de tu vida es una ganga, ¿no te parece? Invertir en ti mismo es lo mejor que puedes hacer. No sólo conseguirás mejorar tu vida sino también las de quienes te rodean.
—¿Y eso?
—Sólo cuando domines el arte de amarte a ti mismo podrás amar de verdad a los demás. Sólo abriendo tu corazón podrás llegar al corazón de los demás. Cuando te sientas centrado y vivo de verdad, estarás en buena posición para ser una persona mejor.
—¿Qué puedo esperar que ocurra en esas 672 horas de que se compone un mes? —pregunté.
—Experimentarás cambios en tu mente, tu cuerpo e incluso tu alma que te sorprenderán. Tendrás más energía, entusiasmo y armonía interna de las que has tenido en toda tu vida. La gente empezará por decirte que pareces más joven y más feliz. Recuperarás la sensación de bienestar y equilibrio. Éstos son sólo algunos de los beneficios del Método de Sivana.
—Caramba.
—Todo lo que vas a oír esta noche está pensado para mejorar tu vida, no sólo personal y profesional sino también espiritual. El consejo de los sabios es tan válido hoy como lo era hace cinco mil años. No sólo enriquecerá tu mundo interior, también reforzará tu mundo exterior y te hará más eficaz en todo lo que hagas. Esta sabiduría es la fuerza más poderosa que he conocido jamás. Es práctica y directa y ha sido probada durante siglos en el laboratorio de la vida. Es más, funciona para todo el mundo. Pero antes de que comparta contigo este saber, has de prometerme una cosa.
Imaginaba que tenía que haber algún compromiso. «Nadie come gratis», solía decir mi madre.
—Una vez hayas comprobado el poder de las estrategias y tácticas que me enseñaron los Sabios de Sivana y observes los radicales resultados que producirán en tu vida, deberás aceptar la misión de transmitir estos conocimientos a otros para que puedan beneficiarse de ellos. Accediendo, me ayudarás a cumplir la promesa que hice al yogui Raman.

Accedí sin reservas, y Julián empezó a enseñarme el método que había llegado a considerar sagrado. Si bien las técnicas que había llegado a dominar eran variadas, en el fondo del Método de Sivana había siete virtudes básicas, siete principios fundamentales que encarnaban las claves del autodominio, la responsabilidad personal y el esclarecimiento espiritual.
Julián me dijo que el yogui Raman fue el primero en enseñarle las siete virtudes tras unos meses en Sivana. Una noche despejada, cuando todos los demás estaban durmiendo, Raman llamó suavemente a la choza de Julián. Con la voz de un guía amable, dijo:
—Te he venido observando durante muchos días, Julián. Creo que eres un hombre honesto que desea con fervor llenar su vida de todo lo que es bueno. Desde que llegaste has abierto tu mente a nuestras tradiciones y las has abrazado como propias. Has aprendido algunos de nuestros hábitos cotidianos y has visto sus muchos y saludables efectos. Has sido respetuoso con nuestra forma de vivir. La gente de aquí ha vivido con sencillez desde tiempo inmemorial y nuestros métodos son conocidos por muy pocos. El mundo necesita oír nuestra filosofía. Esta noche, en la víspera de tu tercer mes en Sivana, voy a empezar a enseñarte las claves de nuestro sistema, no sólo en beneficio tuyo sino también en el de todos los que habitan en tu mundo. Me sentaré contigo a diario como lo hice con mi hijo cuando era pequeño. Por desgracia, mi hijo falleció hace unos años. Había llegado su hora, y yo no pongo en duda su partida. Lo pasamos bien juntos y su recuerdo me acompañará siempre. Yo te veo a ti como un hijo y me siento agradecido de que todo cuanto aprendí en mis años de contemplación pueda vivir ahora en tu interior.
Miré a Julián y reparé en que tenía los ojos cerrados, como si se hubiera transportado a aquel país de ensueño en el que había recibido la bendición de sus conocimientos.
—El yogui Raman me dijo que las siete virtudes para una vida rebosante de paz, alegría y riqueza interiores estaban contenidas en una fábula mística. Esta fábula era la esencia de todo. Me pidió que cerrara los ojos como he hecho ahora aquí mismo, en tu sala de estar. Luego me dijo que imaginase la siguiente escena con los ojos de mi mente:
Estás sentado en mitad de un espléndido y exuberante jardín. Este jardín está lleno de las flores más espectaculares que has visto nunca. El entorno es extraordinariamente tranquilo y callado. Saborea los sensuales placeres de este jardín y piensa que tienes todo el tiempo del mundo para disfrutar de este oasis. Al mirar alrededor ves que en mitad del jardín mágico hay un imponente faro rojo de seis pisos de alto. De repente, el silencio del jardín se ve interrumpido por un chirrido fuerte cuando la puerta del faro se abre. Aparece entonces un luchador de sumo japonés —mide casi tres metros y pesa cuatrocientos kilos—, que avanza indiferente hacia el centro del jardín.
—La cosa se pone bien. —Rió Julián—. ¡El luchador de sumo está desnudo! Bueno, en realidad no del todo. Un cable de alambre color de rosa cubre sus partes.
Cuando el luchador de sumo empieza a moverse por el jardín, encuentra un reluciente cronógrafo de oro que alguien olvidó muchos años atrás. Resbala y al momento cae con un golpe sordo. El luchador de sumo queda inconsciente en el suelo, inmóvil. Cuando ya parece que ha exhalado su último aliento el luchador despierta, quién sabe si movido por la fragancia de unas rosas amarillas que florecen cerca de allí. Con nuevas energías, el luchador se pone rápidamente en pie y mira intuitivamente hacia su izquierda. Lo que ve le sorprende mucho.
A través de las matas que hay al borde mismo del jardín observa un largo y serpenteante camino cubierto por millones de hermosos dia—mantes. Algo parece impulsar al luchador a tomar esa senda y, dicho sea en su honor, así lo hace. Ese camino le lleva por la senda de la alegría perdurable y la felicidad eterna.

Tras oír aquel extraño cuento allá en las cumbres del Himalaya y sentado junto a un monje que había visto de primera mano la antorcha de la verdadera luz, Julián me dijo que se desilusionó. Sencillamente, dijo que pensó que iba a oír algo definitivo, un esclarecimiento que le haría pasar a la acción o, por qué no, le arrancaría lágrimas. En cambio, sólo había escuchado una tontería sobre un luchador y un faro.
El yogui Raman detectó su desaliento:
—Nunca descuides el poder de la sencillez —le dijo a Julián—. Puede que esta historia no sea el discurso sofisticado que esperabas, pero su mensaje contiene un mundo de sensibilidad y su objeto es puro. Desde el día en que llegaste, he pensado mucho en cómo iba a compartir nuestro saber contigo. Al principio pensé darte una serie de lecciones a lo largo de varios meses, pero comprendí que este enfoque tradicional no se adaptaba a la naturaleza mágica del saber que estás a punto de recibir. Luego pensé en pedir a mis hermanos y hermanas que invirtieran un poco de tiempo contigo para introducirte en nuestra filosofía. Pero tampoco era éste el sistema más efectivo para que aprendieras lo que tenemos que decirte. Tras reflexionar largamente, llegué a lo que me parece un modo muy creativo y a la vez extremadamente eficaz de enseñar el método de Sivana al completo, con sus siete virtudes... y es esta fábula.
El sabio hizo una pausa y luego añadió:
—Al principio puede que te parezca frívolo e incluso infantil. Pero te aseguro que cada elemento de la fábula encarna un principio imperecedero y contiene un profundo significado. El jardín, el faro, el luchador de sumo, el cable de color rosa, el cronógrafo, las flores y el sinuoso sendero de los diamantes son símbolos de las siete virtudes para conseguir una vida de esclarecimiento. Te puedo asegurar también que si recuerdas esta historia y las verdades fundamentales que entraña, podrás llevar en tu interior todo cuanto necesitas saber para elevar tu vida al máximo nivel. Tendrás toda la información y las estrategias que necesitarás para modificar la calidad de tu vida y de las de cuantos te rodean. Y cuando apliques a diario este saber, podrás cambiar mental, física, emocional y espiritualmente. Te pido que escribas esta pequeña historia en tu mente y que la lleves en tu corazón. Si la abrazas sin reservas te aseguro que notarás la diferencia.
Julián meditó un momento y luego me dijo: —Por suerte, John, así lo hice. Carl Jung escribió que «la visión sólo llega a ser clara cuando uno puede mirarse el corazón. El que mira hacia afuera, sueña; el que mira hacia dentro, despierta». Aquella noche tan especial, yo miré a mi corazón y desperté a los secretos seculares para enriquecer la mente, cultivar el cuerpo y nutrir el alma. Ahora me toca a mí compartir estos secretos contigo.

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