jueves, 5 de mayo de 2011

El monje que vendio su ferrari: 9 El viejo arte del autoliderazgo


NUEVE

El viejo arte del autoliderazgo


La gente buena se consolida sin cesar.
CONFUCIO


—El tiempo vuela —dijo Julián antes de servirse otra taza de té—. Pronto amanecerá. ¿Quieres que continúe o ya tienes suficiente por esta noche?
De ninguna manera pensaba yo dejar que este hombre, que atesoraba tanta sabiduría, se fuera sin completar su historia. Al principio su relato me pareció fantasioso. Pero a medida que escuchaba y asimilaba la antiquísima filosofía que se le había otorgado, acabé creyendo firmemente en lo que decía. Aquí no se trataba de las especulaciones de un mercachifle de tres al cuarto. Julián era muy auténtico. Y su mensaje sonaba a verdad. Yo confiaba en él.
—Sigue, Julián, por favor. Tengo todo el tiempo del mundo. Esta noche los chicos duermen en casa de sus abuelos, y Jenny aún tardará horas en levantarse.
Notando mi sinceridad, Julián continuó con la fábula simbólica que el yogui Raman le había ofrecido para ilustrar sus métodos para una vida más plena y radiante.
—He explicado que el jardín representa ese otro fértil jardín, el de tu mente, que está lleno de tesoros y riquezas ilimitadas. También he hablado del faro y de que representa el poder de los objetivos y la importancia de descubrir la propia vocación. Recordarás que la puerta del faro se abría lentamente y que de él salía un poderoso luchador de sumo japonés.
—Parece una mala película de Godzilla.
—A mí me encantaban cuando era un chaval.
—Y a mí. Pero no dejes que te distraiga —repliqué.
—El luchador de sumo representa un importantísimo elemento en el sistema de los Sabios de Sivana. Hace muchos siglos, en el antiguo Oriente, los grandes maestros desarrollaron y pulieron una filosofía llamada kaizen. Esta palabra japonesa significa mejora constante. Y es la marca de fábrica de todo hombre o mujer que vive una existencia despierta y dinámica.
—¿Cómo enriqueció la vida de los sabios el concepto de kaizen? —pregunté.
—Como he mencionado antes, John, el éxito externo empieza por el éxito interno. Si de veras quieres mejorar tu mundo exterior, llámese tu salud, tus relaciones o tus finanzas, debes primero mejorar tu mundo interior. El modo más eficaz de conseguirlo es mediante la práctica de una continua autosuperación. El autodominio es el ADN del dominio de la vida.
—Julián, espero que no te importe que lo diga, pero todo eso del «mundo interior» me suena muy esotérico. Recuerda que soy un abogado de clase media con un utilitario aparcado en el camino particular y un cortacésped en el garaje. Mira, todo lo que me has dicho hasta ahora encaja. A decir verdad, gran parte de lo que has compartido conmigo parece de sentido común, aunque ya sé que el sentido común, en estos tiempos, es todo menos común. Te diré, sin embargo, que me cuesta un poco entender esta noción del kaizen y la mejora del mundo interior. ¿De qué estábamos hablando exactamente?
Julián fue rápido en su respuesta.
—En nuestra sociedad etiquetamos al ignorante como débil. No obstante, quienes expresan su falta de conocimientos y buscan instruirse encuentran el camino del esclarecimiento antes que los demás. Tus preguntas son sinceras y me dicen que estás abierto a las ideas nuevas. El cambio es la fuerza más poderosa que tiene nuestra sociedad de hoy. Mucha gente lo teme, pero los sabios lo abrazan sin reservas. La tradición zen habla de la mente del principiante: quienes están abiertos a nuevos conceptos son siempre los que alcanzan niveles más altos de realización. No tengas el menor reparo en preguntar lo que sea, por más básico que parezca. Las preguntas son el modo más efectivo de suscitar el conocimiento.
—Gracias. Pero sigo sin ver claro eso del kaizen.
—Cuando hablo de mejorar tu mundo interior, estoy hablando simplemente de autosuperación y expansión personal, y es lo mejor que puedes hacer por ti mismo. Podrías pensar que estás demasiado ocupado para emplear tiempo en ti mismo, lo cual sería un gran error. Mira, cuando has dedicado tiempo a forjarte un carácter fuerte, imbuido de disciplina, vigor, poder y optimismo, puedes tenerlo todo y hacer todo lo que quieras en tu mundo exterior. Cuando has cultivado un sentido profundo de la fe en tus posibilidades y un espíritu indomable, nada puede impedir que triunfes en lo que te propongas y que vivas con grandes recompensas. Dedicar un tiempo a dominar la propia mente, a ocuparse del cuerpo y nutrir el alma te pondrá en situación de desarrollar más riqueza en tu vida. Es como dijo Epicteto hace muchos años: «Ningún hombre es libre si no es dueño de sí mismo.»
—Entonces el kaizen es un concepto muy práctico.
—En efecto. Piénsalo bien, John. ¿Cómo puede nadie dirigir una empresa si no puede dirigirse a sí mismo? ¿Cómo puedes alimentar a una familia si no has aprendido a alimentarte a ti mismo? ¿Cómo puedes obrar bien si ni siquiera te sientes bien? ¿Comprendes ahora?

Asentí con la cabeza. Era la primera vez que pensaba seriamente en la importancia de mejorar yo mismo. Siempre había pensado que todas esas personas que veía en el metro leyendo libros con títulos como El poder del pensamiento positivo eran tipos desesperados por hallar alguna medicina que les devolviera al buen camino. Ahora me daba cuenta de que quienes se ocupaban de consolidarse a sí mismos eran los más fuertes, y que sólo a través de la autosuperación se podía esperar que otros mejoraran también. Me puse a reflexionar sobre las cosas que podía mejorar de mí mismo. Realmente necesitaba un poco más de energía y de buena salud. Librarme de mi horrible mal genio y de mi manía de interrumpir a los demás podía sin duda obrar maravillas en mi relación con mi esposa y mis hijos. Y borrar el hábito de preocuparme me daría la tranquilidad de ánimo y la felicidad que yo había estado persiguiendo. A medida que pensaba en ello, más mejoras potenciales encontraba.
Cuando empecé a ver todas las cosas positivas que influirían en mi vida gracias a cultivar buenos hábitos, mi entusiasmo fue en aumento. Pero me di cuenta de que Julián estaba hablando de algo más que de unos ejercicios diarios, de una dieta sana y un estilo de vida equilibrado. Lo que él había aprendido en el Himalaya era más profundo que todo esto. Julián habló de la importancia de forjarse un carácter sólido, de desarrollar una fortaleza mental y de vivir con coraje. Me dijo que estos tres atributos conducían a una vida virtuosa, llena de realización, satisfacción y paz interior. El coraje era una cualidad que todos podíamos cultivar, y a largo plazo daba grandes dividendos.
—¿Qué tiene que ver el coraje con el autoliderazgo y el desarrollo personal? —pregunté.
—Es el coraje lo que te permite correr tu propia carrera, lo que te permite hacer lo que quieres porque sabes que está bien. El coraje te da el autocontrol para perseverar allí donde otros desfallecen. El grado de coraje con el que vives determina la dosis de satisfacción que recibes. Te permite, además, comprender todas las exquisitas maravillas de esa épica que es tu vida. Y quienes tienen dominio de sí mismos poseen coraje en abundancia.
—De acuerdo. Empiezo a entender eso de trabajar en mí mismo. ¿Por dónde debo empezar?
Julián volvió a su conversación con el yogui Raman en lo alto de las montañas, en lo que él recordaba como una noche estrellada y hermosa.
—Inicialmente yo también tuve dificultades con la idea de la autosuperación. Al fin y al cabo, yo era una especie de pistolero de los tribunales, un tipo duro salido de Harvard que no tenía tiempo para las teorías New Age que trataban de endilgarme unas personas a las que yo consideraba desaliñadas. Me equivocaba. Lo que a mí me impedía avanzar mentalmente no era sino mi estrechez de miras. Cuanto más escuchaba al yogui Raman y más reflexionaba sobre el dolor y el sufrimiento de mi mundo anterior, mejor acogía la noción del kaizen, el constante y eterno enriquecimiento de la mente, el cuerpo y el alma —concluyó Julián.
—¿Por qué últimamente oigo tantas veces eso de «mente, cuerpo y alma»? Se diría que no puedo ni darme la vuelta en el metro sin que alguien lo mencione.
—Es la trilogía de tus dones humanos. Mejorar la mente sin cultivar tus cualidades físicas sería una victoria realmente vana. Elevar tu mente y tu cuerpo a los más altos niveles sin nutrir tu alma te dejaría vacío e insatisfecho. Pero cuando dediques tus energías a abrir las puertas de todo el potencial de esas tres cualidades humanas, saborearás el divino éxtasis de una vida iluminada.
—Caray, has conseguido entusiasmarme.
—En cuanto a tu pregunta de por dónde empezar, prometo darte unas cuantas técnicas, viejas pero poderosas, dentro de un momento. Pero primero un ejemplo práctico. Ponte en posición de plancha.
Horror, pensé: Julián convertido en sargento de instrucción. Mi curiosidad y las ganas de llegar hasta el final me hicieron obedecer.
—Ahora haz todas las flexiones que puedas. No pares hasta estar seguro de que no puedes hacer ni una sola más.
Me esforcé en lo que pude, que era poco teniendo en cuenta que mi corpachón de noventa y seis kilos no hacía otro ejercicio que ir andando hasta McDonald's con mis hijos o pasear por un campo de golf con mis compañeros de bufete. Las primeras quince flexiones fueron pura agonía. Entre el esfuerzo y el calor de la noche estival, empecé a sudar copiosamente. No obstante, estaba decidido a no mostrar signos de debilidad y seguí hasta que mi vanidad empezó a capitular a la par que mis brazos. Cuando llegué a la flexión veintitrés, me rendí.
—No puedo más, Julián. Esto va a acabar conmigo. ¿Qué quieres demostrar con esto?
—¿Estás seguro de que no puedes más?
—Segurísimo. Déjame respirar. La única lección que puedo sacar de esto es qué hacer ante un ataque cardíaco.
—Diez flexiones más. Luego puedes descansar —ordenó Julián.
—¡Estás de broma!
Pero lo hice. Quedé extenuado en el suelo.
—Yo pasé por la misma experiencia la noche en que el yogui Raman me contó su fábula. Él me dijo que el dolor era un gran maestro.
—¿Qué se puede aprender de una experiencia como ésta? —pregunté sin resuello.
—El yogui Raman y, para el caso, todos los Sabios de Sivana, creían que las personas crecen más cuando entran en la zona de lo desconocido.
—De acuerdo. Pero ¿qué tiene eso que ver con obligarme a hacer tantas flexiones?
—Cuando has llegado a la veintitrés dijiste que no podías más. Para ti ése era el límite. Sin embargo, cuando te he desafiado a seguir, has reaccionado haciendo diez flexiones más. Dentro de ti tenías reservas. El yogui Raman me explicó una verdad fundamental cuando yo era su alumno: «Los únicos límites son aquellos que tú mismo te pones.» Cuando te atreves a salir de tu círculo de comodidad y explorar lo desconocido, empiezas a liberar tu verdadero potencial humano. Es el primer paso hacia el autodominio y el dominio sobre todas las otras circunstancias de tu vida. Cuando se fuerzan los límites, como tú has hecho en esta pequeña demostración, estás abriendo reservas físicas y mentales que ni siquiera imaginabas tener.
Fascinante, pensé. Había leído hacía poco que el hombre utiliza, por término medio, una cantidad insignificante de su capacidad humana. Me pregunté qué no podríamos hacer cuando empezáramos a emplear el resto de nuestras reservas.
—El arte del kaizen —prosiguió Julián— se practica esforzándose cada día. Afánate por mejorar tu cuerpo y tu mente. Nutre tu espíritu. Haz esas cosas que temes. Empieza a vivir con energía desbordante y entusiasmo ilimitado. Ve salir el sol. Baila bajo una ducha de lluvia. Sé la persona que sueñas ser. Haz las cosas que siempre has querido hacer pero no hacías porque creías que eras demasiado joven o demasiado viejo, demasiado rico o demasiado pobre. Prepárate a vivir una vida de verdad, plena e intensa. En Oriente dicen que la suerte favorece a las mentes preparadas. Yo creo que la vida también favorece a la mente preparada.
Julián continuó su apasionado discurso:
—Identifica las cosas que te frenan. ¿Te da miedo hablar, tienes problemas de relación? ¿Te falta una actitud positiva o necesitas más energía? Haz un inventario de tus flaquezas. La gente satisfecha es mucho más clarividente que la otra. Tómate tiempo para reflexionar acerca de qué te está impidiendo llevar la vida que realmente te gustaría y podrías llevar. Cuando hayas identificado tus debilidades, el paso siguiente es afrontarlas con decisión y tratar de resolver los miedos. Si temes hablar en público, firma para dar veinte conferencias. Si temes iniciar un nuevo negocio o abandonar una relación poco satisfactoria, haz acopio de todo tu poder de decisión y atrévete. Tal vez sea el primer trago de libertad que hayas probado en años. El miedo no es más que un monstruo mental que tú mismo creas, una corriente negativa de conciencia.
—¿Una corriente negativa de conciencia, sólo eso? Vaya, me gusta. ¿Quieres decir que todos mis miedos no son sino gremlins imaginarios que se han ido colando en mi mente con los años?
—Exacto, John. Cada vez que han impedido que hicieses alguna cosa, tú añadías combustible a su fuego. Pero una vez conquistas tus miedos, conquistas tu vida.
—Necesito un ejemplo.
—Bien. Pongamos por caso hablar en público, una actividad que la mayoría de la gente teme más que a la muerte misma. Cuando yo era abogado, conocí a colegas que tenían miedo de entrar en la sala de tribunal. Eran capaces de cualquier cosa, hasta de buscar una conciliación fácil para sus clientes sólo por no tener que ponerse de pie delante de una sala llena de gente.
—Yo también he conocido casos así.
—¿Crees que nacieron con ese miedo?
—Espero que no.
—Fíjate en los niños pequeños. No tienen límites. Su mente es un exuberante panorama de posibilidades. Adecuadamente cultivada, esa mente los llevará a la grandeza. Llena de negatividad, los conducirá a la mediocridad. En otras palabras: ninguna experiencia, sea hablar en público o pedir un aumento de sueldo o nadar en un lago a pleno sol o pasear por una playa a la luz de la luna, es en sí misma dolorosa o placentera. Es tu pensamiento quien la hace una cosa u otra.
—Muy interesante.
—Se podría adiestrar a un niño pequeño para que le deprimiera un espléndido día de sol, o que viese a un cachorro como un animal dañino. Del mismo modo, un adulto podría llegar a ver una droga como un agradable vehículo para la liberación. Todo es cuestión de condicionamiento, ¿no?
—Desde luego.
—Lo mismo pasa con el miedo. El miedo es una respuesta condicionada: un hábito arrasador que puede consumir fácilmente toda tu energía, creatividad y espíritu si no estás atento. Cuando el miedo enseñe su horrible cabeza, córtasela de cuajo. La mejor manera es hacer precisamente esa cosa que temes. Has de entender el funcionamiento del miedo. Es algo que tú creas. Como cualquier otra creación, es tan sencillo echarla abajo como levantarla. Busca metódicamente y luego destruye todos los miedos que se han colado en la fortaleza de tu mente. Bastará con eso para que tengas más confianza, felicidad y tranquilidad de ánimo.
—¿Puede la mente humana carecer totalmente de miedo? —pregunté.
—Estupenda pregunta. La respuesta es un inequívoco y enfático «¡Sí!». Todos y cada uno de los Sabios de Sivana desconocían el miedo. Se notaba en la forma que tenían de andar, de hablar. Se notaba cuando les mirabas a los ojos. Y te diré otra cosa, John.
—Qué —pregunté fascinado.
—Yo tampoco tengo miedo. Me conozco a mí mismo y he visto que mi estado natural es de fuerza indomable y de ilimitada potencialidad. Sólo que yo estaba como bloqueado por todos esos años de abandono y desequilibrio. Te diré algo más: cuando borras el miedo de tu mente, empiezas a parecer más joven y tu salud gana en vitalidad.
—Ya, la vieja conexión mente—cuerpo —dije, confiando en disimular mi ignorancia.
—En efecto. Los sabios de Oriente la conocen desde hace cinco mil años. O sea que, de New Age, nada —dijo con una sonrisa que iluminó su rostro radiante.
—Los sabios me enseñaron otro poderoso principio en el que pienso a menudo. Creo que te será de gran utilidad en tu camino hacia el dominio personal. En ocasiones, cuando quiero tomar las cosas con calma, me ha servido de motivador. Su filosofía puede concretarse así: lo que separa a las personas realizadas de aquellas que viven sin inspiración alguna es que los primeros hacen cosas que la gente menos perfeccionada no gusta de hacer.
»La gente realmente esclarecida, la que experimenta la felicidad a diario, está dispuesta a renunciar a un placer a corto plazo a cambio de una satisfacción a largo plazo. De modo que encara sus miedos y debilidades con valor, aunque zambullirse en la zona de lo desconocido le suponga ciertas incomodidades. Esa gente vive según la filosofía del kaizen: mejorar cada aspecto de sí mismos constantemente. Con el tiempo, cosas que antes eran difíciles dejan de serlo. Miedos que antaño les impedían experimentar la dicha que merecían caen en el camino como árboles en un huracán.
—¿Estás sugiriendo que debo cambiarme primero a mí mismo si quiero cambiar mi vida?
—Sí. Es como la historia que me contaba mi profesor favorito cuando yo estaba en la facultad. Una noche, un padre estaba leyendo el periódico después de un largo día en la oficina. Su hijo, que quería jugar, no paraba de darle la lata. Finalmente, harto ya, el padre arrancó la foto de un globo terráqueo que había en el periódico y la rompió en mil pedazos. «Toma hijo, a ver si consigues montar este rompecabezas», dijo el padre, confiando en que el niño estuviera ocupado el rato suficiente para que él pudiera terminar de leer. Para su sorpresa, el niño volvió al cabo de un minuto con el globo perfectamente formado. Cuando el padre le preguntó cómo había conseguido algo tan difícil, el hijo sonrió y le dijo: «Papá, en la otra cara había la foto de una persona, y en cuanto he juntado la cara, la tierra ha quedado unida.»
—Bonita historia.
—Mira, John, las personas más sabias que he conocido, de los maestros de Sivana a mis profesores de Harvard, parecen conocer la fórmula de la felicidad.
—Continúa —dije con impaciencia.
—Es lo que he dicho antes: la felicidad se consigue gracias a la progresiva realización de un propósito digno. Si tú haces lo que realmente amas hacer, estás destinado a sentir la máxima satisfacción.
—Si la felicidad la consigue todo aquel que hace lo que ama hacer, ¿cómo es que hay tanta gente desdichada?
—Buena pregunta, John. Hacer lo que uno ama, ya sea dejar el empleo que tienes ahora y convertirte en actor, o invertir menos tiempo en las cosas menos importantes para emplearlo en las que tienen más significado, requiere mucho coraje. Requiere que salgas de tu zona de confort. Y el cambio, al principio, siempre es un poco incómodo. Y arriesgado. Pero es la manera más segura de tener una vida más gozosa.
—¿Cómo hace uno exactamente para tener más coraje?
—Como en la historia de antes: junta todas las piezas y tu mundo estará bien. En cuanto domines tu mente, tu cuerpo y tu carácter, la felicidad y la abundancia entrarán en tu vida como por arte de magia. Pero debes dedicar un tiempo cada día a trabajar en ti mismo, aunque sean sólo diez o quince minutos.
—¿Y qué simboliza el voluminoso luchador de sumo en la fábula del yogui Raman?
—Nuestro forzudo amigo te servirá para recordar el poder del kaizen, palabra japonesa que designa el desarrollo de sí mismo y el progreso constantes.

En unas pocas horas, Julián había revelado la más poderosa —y más sorprendente— información que jamás había oído. Yo había aprendido que mi mente guarda un tesoro en potencia. Había aprendido técnicas sumamente prácticas para serenar la mente y concentrar su poder en mis sueños y deseos. Había aprendido la importancia de tener un objetivo claro en la vida y de fijarme metas definidas en cada aspecto de mi mundo personal, profesional y espiritual. Y ahora había conocido el principio del autodominio: el kaizen.
—¿Cómo puedo practicar el arte del kaizen?
—Te daré diez antiguos y efectivos rituales que te ayudarán a avanzar en el camino del autodominio. Si los aplicas a diario, teniendo fe en ellos, observarás extraordinarios resultados en sólo un mes a partir de hoy. Si continúas incorporando esas técnicas a tu rutina de forma que se conviertan en hábitos, alcanzarás un estado perfecto de salud, una energía ilimitada, felicidad duradera y tranquilidad de ánimo. En definitiva, alcanzarás tu destino divino.
»El yogui Raman me ofreció estos rituales con gran fe en lo que denominaba su "exquisitez", y creo que estarás de acuerdo en que soy la prueba fehaciente de su poder. Sólo te pido que escuches lo que he de decirte y que juzgues tú mismo los resultados.
—¿Cambiar de vida en sólo treinta días? —pregunté, incrédulo.
—Sí. El quid pro quo es que dediques al menos una hora diaria durante treinta días consecutivos a practicar las estrategias que voy a enseñarte. Esta inversión en ti mismo es lo único que se precisa. Y, por favor, no me digas que no tienes tiempo.
—Pero si es verdad —dije honestamente—. Estoy a tope de trabajo. No tengo ni diez minutos para mí, y no digamos ya una hora.
—Como te he dicho antes, objetar que no tienes tiempo para perfeccionar tu mente o tu espíritu es como decir que no tienes tiempo para echar gasolina porque estás muy ocupado conduciendo. Al final lo consigues.
—¿De veras?
—Sí.
—¿Y cómo?
—Lo diré de otra manera. Tú eres como un coche de carreras valorado en millones de dólares; una máquina bien engrasada y altamente sofisticada.
—Caray, muchas gracias.
—Tu mente es la mayor maravilla del universo y tu cuerpo tiene la capacidad de realizar hazañas que te sorprenderían.
—Bien.
—Conociendo el valor de esta máquina de millones de dólares, ¿sería aconsejable hacerla funcionar al máximo durante todo el día sin parar en boxes para dejar que el motor se enfríe?
—Claro que no.
—Entonces ¿por qué no dedicas un poco de tiempo al día para tu parada personal en boxes? ¿Por qué no te das tiempo a enfriar la sofisticada máquina de tu mente? ¿Entiendes ahora? Renovarte a ti mismo es lo más importante que puedes hacer. Irónicamente, sacar tiempo de tu apretado programa de trabajo para tu perfeccionamiento y tu enriquecimiento personal mejorará drásticamente tu efectividad en cuanto te pongas a ello.
—¿Sólo una hora al día durante un mes?
—Es la fórmula mágica que yo buscaba. Habría pagado por ella un par de millones en mis tiempos de abogado, si hubiera comprendido la importancia que tenía. Yo ignoraba que era gratis, como lo es todo el saber verdadero. Dicho esto, debes ser disciplinado y aplicar diariamente, y con absoluta convicción en su valía, las técnicas que componen esta fórmula. No se trata de una receta rápida. En cuanto estás metido en ello, lo estás para largo.
—¿Qué quieres decir?
—Emplear una hora diaria ocupándote de ti mismo produce resultados extraordinarios en treinta días, pero siempre que hagas las cosas bien. Hace falta un mes para instalar un nuevo hábito. Después de ese período, las técnicas que aprendas encajarán como una segunda piel. La clave está en seguir practicándolas cada día si quieres seguir obteniendo resultados.
—Es lógico —concedí.

Julián había abierto la puerta de un manantial de vitalidad y serenidad interior en mi vida. En realidad, su transformación en un radiante y dinámico filósofo era poco menos que milagrosa. En ese momento decidí dedicar una hora diaria a poner en práctica las técnicas y principios que él me iba a enseñar. Decidí trabajar en mi perfeccionamiento antes de trabajar en cambiar a los demás, como había sido mi costumbre. Quizá yo podría experimentar una transformación como la de aquel antiguo abogado llamado Mantle. Desde luego, valía la pena intentarlo.
Esa noche, sentado en el piso de mi atestada sala de estar, aprendí lo que Julián llamó «los diez rituales de la Vida Radiante». Varios de ellos exigieron por mi parte un esfuerzo de concentración. Otros podían ser realizados sin esfuerzo alguno. Todos eran intrigantes y prometían cosas extraordinarias.
—La primera estrategia era conocida por los sabios como el Ritual de la Soledad. Se trata de asegurar que tu programa diario incluya un período obligado de paz.
—¿Y eso qué es?
—Un período de tiempo, mínimo quince minutos y máximo cincuenta, en que tú exploras el poder curativo del silencio y tratas de saber quién eres —explicó.
—¿Una especie de descanso para la recalentada máquina de mi mente? —sugerí con una sonrisa.
—Es una manera bastante exacta de verlo. ¿Alguna vez has hecho un viaje largo con tu familia?
—Seguro. Cada verano vamos en coche a las islas a pasar un par de semanas con los padres de Jenny.
—Muy bien. ¿Hacéis alguna parada en ruta?
—Sí. Para comprar comida, o, si noto que me entra sueño, echo una siestecita después de aguantar seis horas oyendo cómo se pelean los crios en el asiento de atrás.
—Bien, piensa en el Ritual de la Soledad como en una parada en ruta para el alma. Su propósito es la autorrenovación, y eso se consigue pasando un tiempo a solas, inmerso en la hermosa envoltura del silencio.
—¿Qué tiene de especial el silencio?
—Buena pregunta. La soledad y la quietud te conectan con tu fuente creativa y liberan la ilimitada inteligencia del universo. Verás, John, la mente es como un lago. En nuestro caótico mundo, las mentes de la mayoría de las personas no están quietas. Están llenas de turbulencias internas. Sin embargo, simplemente dedicando un rato a estar callados y quietos, el lago de la mente se vuelve tan liso como una luna de cristal. La quietud interior trae consigo muchos beneficios: una intensa sensación de bienestar, paz interior y energía desbordante. Incluso dormirás mejor, y disfrutarás de una renovada sensación de equilibrio en tus actividades cotidianas.
—¿Dónde debo practicar este período de paz?
—Teóricamente, cualquier sitio sirve, desde tu dormitorio a tu oficina. La clave está en encontrar un lugar verdaderamente tranquilo... y hermoso.
—¿Dónde encaja aquí lo hermoso?
—Las imágenes bellas suavizan al alma atribulada —observó Julián con un suspiro—. Un ramo de rosas o un simple y solitario narciso tendrán un muy saludable efecto sobre tus sentidos y te relajarán. Lo ideal sería que pudieras saborear esta belleza en un espacio que sirviera de santuario del yo, un lugar que será tu fórum secreto para la expansión mental y espiritual. Podría ser una habitación que tengas desocupada o un rincón tranquilo de un pequeño apartamento. El caso es reservar un sitio para tus actividades, un lugar que esté allí esperando tu llegada.
—Eso me gusta. Creo que disponer de un lugar silencioso en donde meterme cuando llego del trabajo cambiaría muchas cosas. Así podría liberar todo el estrés. Seguro que así sería más agradable estar conmigo.
—Eso trae a colación otro punto importante. El Ritual de la Soledad funciona mejor cuando lo practicas cada día a la misma hora.
—¿Por qué?
—Porque así queda integrado en tu rutina diaria. Practicando el ritual siempre a la misma hora, esa dosis diaria de silencio se convertirá rápidamente en un hábito del que no podrás prescindir. Y los hábitos positivos conducen inevitablemente al que es tu destino.
—¿Algo más?
—Sí. Siempre que sea posible, conversa con la naturaleza. Un paseíto por el bosque o unos minutos de dedicación a las tomateras de tu patio volverán a conectarte con el manantial de serenidad que ahora duerme en tu interior. Estar en contacto con la naturaleza te permite además sintonizar con la infinita sabiduría de tu yo superior. Este autoconocimiento te llevará a las inexploradas dimensiones de tu poder personal. No lo olvides nunca —me aconsejó Julián con voz enardecida de pasión.
—¿Te ha servido de mucho este ritual, Julián?
—Desde luego. Me levanto con el sol y lo primero que hago es ir a mi santuario secreto. Allí exploro el Corazón de la Rosa tanto tiempo como creo necesario. A veces paso horas enteras en callada meditación; otros días son sólo diez minutos. El resultado es más o menos el mismo: una profunda sensación de armonía interna y una abundancia de energía física. Lo cual nos lleva al segundo ritual, que se llama Ritual de Fisicalidad.
—¿De qué se trata?
—Es sobre el poder del cuidado físico. Se basa en el principio de que si cuidas tu cuerpo cuidas tu mente. Al preparar tu cuerpo también preparas tu mente. Dedica cada día un poco de tiempo a nutrir el templo de tu cuerpo con vigorosos ejercicios. Haz que tu circulación sanguínea se ponga en movimiento. ¿Sabías que una semana tiene 168 horas?
—Pues no, la verdad.
—Al menos cinco de todas esas horas deberían invertirse en alguna forma de actividad física. Los Sabios de Sivana practicaban la antiquísima disciplina del yoga para despertar su potencial físico y vivir una existencia dinámica. Era un verdadero espectáculo ver a aquellos maravillosos especimenes, que habían conseguido no notar el paso de los años, haciendo la vertical en mitad de la aldea.
—¿Tú has probado el yoga, Julián? Jenny empezó a practicarlo el verano pasado y dice que se siente cinco años más vieja.
—No hay una estrategia aislada que transforme tu vida por arte de magia, John. El cambio profundo y duradero sólo es posible mediante la aplicación continuada de varios de los métodos que he mencionado. Pero el yoga es un modo realmente efectivo de abrir tus reservas de vitalidad. Yo lo practico todas las mañanas y es una de las mejores cosas que he hecho por mí mismo. No sólo rejuvenece mi cuerpo sino que me ayuda a centrar mi mente. El yoga ha conseguido incluso desbloquear mi creatividad. Es una gran disciplina.
—¿Qué más hacían los sabios para cuidar de sus cuerpos?
—El yogui Raman y sus hermanos creían también que andar vigorosamente por entornos naturales, ya sea por senderos de alta montaña o por un frondoso bosque, hace maravillas contra la fatiga y para devolver el cuerpo a su estado natural de dinamismo. Cuando el tiempo era demasiado malo para andar, se ejercitaban dentro de sus chozas. Podían saltarse una comida, pero nunca su turno diario de ejercicios físicos.
—¿Qué tenían en sus chozas? ¿Aparatos de culturismo? —bromeé.
—Nada de eso. A veces practicaban posturas de yoga. Otras veces los veía hacer flexiones apoyando una sola mano. Creo que no importaba mucho el tipo de ejercicio, siempre y cuando movieran el cuerpo y respiraran el aire límpido del precioso entorno en que vivían.
—¿Qué tiene que ver aquí respirar aire límpido?
—Contestaré a tu pregunta con uno de los dichos favoritos del yogui Raman: «Respirar bien es vivir bien.»
—¿Tan importante es la respiración?
—A poco de estar yo en Sivana, los sabios me enseñaron que la manera más rápida de doblar o incluso triplicar la cantidad de energía era aprender el arte de la buena respiración.
—¿Es que no sabemos todos cómo hay que respirar, incluso los niños de pecho?
—En realidad no. Aunque todo el mundo sabe respirar para sobrevivir, la mayoría no ha aprendido a respirar para desarrollarse bien. Normalmente respiramos poco profundamente, y no tomamos suficiente oxígeno para que el cuerpo funcione a su nivel óptimo.
—Lo dices como si respirar bien exigiera muchos conocimientos.
—En efecto. Y los sabios así lo pensaban. Su filosofía era sencilla: incorpora más oxígeno respirando adecuadamente y liberarás tus reservas de energía junto con tu estado natural de vitalidad.
—Bueno, ¿y por dónde empiezo?
—De hecho es bastante fácil. Dos o tres veces al día dedica un par de minutos a pensar en cómo respirar de un modo más eficaz.
—¿Cómo sé si respiro con eficacia?
—Para empezar, tu vientre debería moverse un poco. Esto indica que respiras por el abdomen, lo cual es correcto. Un truco que me enseñó el yogui Raman es juntar las manos sobre el estómago. Si se movían cuando yo inspiraba, mi técnica era correcta.
—Muy interesante.
—Si te gusta, entonces te gustará el tercer ritual de la Vida Radiante —dijo Julián—. El Ritual de la Nutrición. En mis tiempos de abogado, yo vivía de una dieta a base de filetes, patatas fritas y demás comida basura. Sí, comía en los mejores restaurantes del país, pero igualmente ingería basura. Yo entonces lo ignoraba, pero ésa era una de las principales causas de mi insatisfacción.
—¿De veras?
—Sí. Una dieta pobre tiene un pronunciado efecto sobre tu vida. Consume toda tu energía, física y mental. Afecta a tu estado de ánimo y enturbia tu mente. El yogui Raman lo decía en estos términos: «Como nutres tu cuerpo, así nutres tu mente.»
—Supongo que cambiaste de dieta.
—Radicalmente. Y eso supuso un cambio decisivo en mi aspecto y manera de ser. Yo pensaba que estaba hecho polvo debido al estrés del trabajo y a que la vejez empezaba a alcanzarme. En Sivana aprendí que gran parte de mi entumecimiento era debido al mal combustible con que hacía funcionar mi cuerpo.
—¿Qué comían los Sabios de Sivana para ser tan longevos e inteligentes?
—Alimentos vivos.
—¿Cómo?
—No hay otra respuesta. Los alimentos vivos son los que no están muertos.
—Venga, Julián. ¿Qué es eso de alimentos vivos?
—Básicamente son aquellos que provienen de la interacción natural del sol, el aire, la tierra y el agua. Estoy hablando de una dieta vegetariana, claro. Llena el plato de hortalizas, frutas y cereales y vivirás eternamente.
—¿Es posible eso?
—Muchos de los sabios habían superado la barrera de los cien y no mostraban signos de decaimiento. La semana pasada leí en el periódico un artículo sobre una pequeña comunidad que vive en la diminuta isla de Okinawa, en el mar de China. A los investigadores les fascina el hecho de que en ella vive la mayor concentración de centenarios de todo el mundo.
—¿Y qué han averiguado?
—Que uno de los secretos de su longevidad es la dieta vegetariana.
—¿Tan sano es eso? No parece que pueda aportar demasiada fuerza. Recuerda, Julián, que yo todavía soy un abogado con muchísimo trabajo.
—Es la dieta pensada por la naturaleza. Es vital y extraordinariamente saludable. Los sabios llevan viviendo así desde hace miles de años. Ellos lo llaman sattvic, o dieta pura. Y en cuanto al tema de la fortaleza, piensa que los animales más fuertes del planeta, llámense gorilas o elefantes, llevan la insignia del vegetariano. ¿Sabías que un gorila tiene treinta veces más fuerza que un hombre?
—Gracias por esa información tan sustancial.
—Mira, John, los sabios no eran gente extravagante. Toda su sabiduría se basaba en el antiquísimo principio de que «hay que vivir con moderación, huir siempre de los extremos». Si te gusta la carne, no hay problema en que sigas comiéndola. Pero recuerda que estás ingiriendo un alimento muerto. Si puedes, reduce al máximo la cantidad de carne roja. Cuesta mucho de digerir, y como el sistema digestivo es uno de los procesos que más energía consumen, valiosas reservas de energía son derrochadas innecesariamente por esa causa. ¿Ves adonde quiero ir a parar? Compara cómo te sientes después de comer un filete con la energía que tienes después de comer una ensalada. Si no quieres ser vegetariano estricto, al menos empieza a comer ensalada en cada comida, y fruta como postre. Incluso esto bastará para que tu vida física experimente un gran cambio.
—No es que parezca muy difícil —repliqué—. He oído hablar bastante sobre el poder de una dieta básicamente vegetariana. La semana pasada, Jenny me habló de un estudio hecho en Finlandia, donde se descubrió que un treinta y ocho por ciento de los nuevos vegetarianos afirmaban sentirse menos cansados y más despiertos tras sólo seis meses de ese nuevo régimen de vida. Debería acompañar siempre la comida con una ensalada. Viéndote a ti, Julián, puede que acabe comiendo sólo la ensalada.
—Pruébalo durante un mes y juzga los resultados. Te sentirás de fábula.
—De acuerdo. Si eso es bueno para los sabios, también lo será para mí. Prometo que lo probaré. No parece que cueste mucho esfuerzo, y además ya estoy un poco harto de encender la barbacoa cada noche.
—Si te ha cautivado el Ritual de la Nutrición, creo que te encantará el cuarto. Se conoce como Ritual del Saber Abundante. Se centra en la idea del aprendizaje y la expansión de tus conocimientos por el bien de ti mismo y de cuantos te rodean.
—¿La vieja máxima de «saber es poder»?
—Algo más que eso, John. El saber es sólo poder en potencia. Para que ese poder se manifieste, debe ser aplicado. La mayoría de la gente sabe lo que debe hacer en cada situación, o en su vida. El problema es que no toma medidas coherentes y diarias para aplicar el saber y hacer realidad sus sueños. El Ritual del Saber Abundante consiste en convertirse en un alumno de la vida. Y, aún más importante, requiere que utilices lo que has aprendido en el aula de tu existencia.
—¿Qué hacían el yogui Raman y los demás sabios para poner en práctica este ritual?
—Tenían muchos subrituales que realizaban a diario como un tributo al del Saber Abundante. Una de las técnicas más importantes es también una de las más fáciles. Podrías empezar a practicarla hoy mismo.
—No me llevará mucho tiempo, ¿verdad?
Julián sonrió.
—Las técnicas, trucos y consejos que te estoy dando te harán una persona más productiva y eficaz. No seas derrochador en lo grande y mezquino en lo pequeño. Piensa en los que dicen que no tienen tiempo de hacer copias de seguridad en su ordenador porque están muy ocupados trabajando en ellos. Cuando esas máquinas se estropean y el trabajo de meses se pierde, entonces lamentan no haber invertido un rato al día en salvarlo. ¿Me entiendes?
—¿Definir mis prioridades?
—Exacto. Trata de no atar tu vida con las cadenas de tu horario de trabajo. Céntrate en las cosas que tu conciencia y tu corazón te dicen que hagas. Cuando inviertas en ti mismo y empieces a elevar tu mente, tu cuerpo y tu personalidad a los más altos niveles, te sentirás casi como si tuvieras dentro un navegante personal que te dice qué cosas has de hacer para obtener los mejores resultados. Ya no te preocupará el reloj, y empezarás a vivir de verdad.
—¿Y cuál era ese sencillo subritual que ibas a enseñarme? —pregunté.
—Lee regularmente. Leer media hora diaria puede hacer maravillas. Pero debo prevenirte: no leas cualquier cosa. Has de ser muy selectivo con lo que metes en el exuberante jardín de tu mente. Ha de ser algo inmensamente nutritivo; algo que sirva para perfeccionarte a ti mismo y a la calidad de tu vida.
—¿Qué leían los sabios?
—Pasaban muchas horas leyendo y releyendo las enseñanzas de sus antepasados. Devoraban este tipo de literatura filosófica. Todavía los recuerdo sentados en pequeñas sillas de bambú y leyendo sus libros curiosamente encuadernados, con la sonrisa sutil del esclarecimiento dibujada en sus labios. Fue en Sivana donde aprendí de verdad el poder de los libros y el principio de que un libro es el mejor amigo del sabio.
—Entonces ¿debo ponerme a leer todo libro bueno que caiga en mis manos?
—Sí y no. Yo nunca te diré que no leas todos los libros que puedas. Pero recuerda, hay libros para saborear, libros para masticar y, por último, libros para tragar enteros. Eso me lleva a un nuevo punto.
—Que tienes hambre.
—No, John. —Rió—. Sólo quiero decirte que para sacar todo el jugo a un gran libro debes estudiarlo, no sólo leerlo. Repásalo de arriba abajo como haces cuando lees los contratos de tus grandes clientes. Trabaja con él, sé uno con el libro. Los sabios leían muchos de los libros de su biblioteca hasta diez y quince veces. Los trataban como si fueran documentos sagrados de origen divino.
—Caray. ¿Tan importante es leer?
—Media hora diaria hará que rápidamente veas las enormes reservas de conocimiento que tienes a tu disposición. Si quieres ser mejor abogado, padre o amante, existen libros que te propulsan como un cohete en esa dirección. Todos los errores que puedas cometer en la vida han sido cometidos ya por quienes te precedieron. ¿Crees de veras que los desafíos a que te enfrentas son únicos?
—Nunca había pensado en eso, Julián. Pero entiendo lo que dices, y sé que tienes razón.
—Todos los problemas a que uno se enfrenta se han planteado ya anteriormente —afirmó Julián—. Es más, todas las respuestas y soluciones están impresas en las páginas de los libros. Busca los libros adecuados. Aprende cómo han hecho otros para manejar esos problemas que ahora se te plantean a ti. Aplica sus estrategias y las mejoras que vas a notar en tu vida te sorprenderán.
—¿A qué te refieres con los «libros adecuados»? —pregunté, percatándome de que la argumentación de Julián era excelente.
—Eso lo dejo a tu albedrío. Personalmente, y desde que he vuelto del Himalaya, paso gran parte del día leyendo biografías de hombres y mujeres que admiro.
—¿Puedes recomendarle algún título a un joven entusiasta? —pregunté con una sonrisa.
—Claro. Te encantará la biografía de Benjamín Franklin. Podrías sacar una buena dosis de ímpetu de la autobiografía de Mahatma Gandhi. Te sugiero también que leas Siddhartha, de Hermann Hesse, la filosofía superpráctica de Marco Aurelio y algunas cosas de Séneca. No estaría mal que leyeras Piensa y hazte rico, Napoleón Hill. Yo lo leí la semana pasada y creo que es muy profundo.
¡Piensa y hazte rico! —exclamé—. Pero yo creía que habías dejado todo eso a raíz de tu ataque. La verdad es que estoy asqueado de todos esos manuales para hacer dinero.
—Estoy de acuerdo —dijo Julián con todo el afecto y la paciencia de un sabio y cariñoso abuelo—. Yo también quisiera restituir su carácter ético a nuestra sociedad. Ese librito no es sobre ganar dinero sino sobre ganar vida. Seré el primero en decirte que no es igual ser rico que ser feliz. Yo he conocido la opulencia y sé de lo que hablo. Piensa y hazte rico trata de la abundancia, también la espiritual, y de cómo atraer hacia uno las cosas buenas. Quizá te convendría leerlo. Pero no quiero insistir.
—Perdona, Julián, no quería parecer un abogado agresivo —dije a modo de disculpa—. Supongo que a veces me dejo dominar por el mal genio. Otra cosa que necesito mejorar. Te agradezco mucho todo lo que me estás diciendo.
—Tranquilo. Lo que me interesa es que leas y no dejes de leer. ¿Quieres saber otra cosa interesante?
—¿Qué?
—No es lo que tú sacas de los libros lo que enriquece tanto; lo que al final cambiará tu vida es lo que los libros consigan sacar de ti. Mira, John, los libros en realidad no te enseñan nada nuevo. Los libros te ayudan a ver lo que ya está dentro de ti. El esclarecimiento consiste en eso. Después de mucho viajar y explorar, descubrí que he vuelto al punto donde empecé siendo un niño. Pero ahora me conozco a mí mismo, sé todo lo que soy o puedo ser.
—Entonces ¿el Ritual del Saber Abundante consiste en leer y en explorar la riqueza de información que está ahí?
—En parte. De momento lee media hora diaria. El resto vendrá por sí solo —dijo Julián con tono misterioso.
—Muy bien. ¿Cuál es el quinto ritual?
—Es el de la Reflexión Personal. Los sabios creían firmemente en el poder de la contemplación. Dedicando un tiempo a conocerte a ti mismo, conectarás con una dimensión de tu ser que desconocías.
—Suena muy profundo...
—Pues es de lo más práctico. Todos tenemos talentos dormidos en nuestro interior. Dedicando un tiempo a conocerlos, lo que hacemos es avivarlos. Sin embargo, la contemplación interior va todavía más allá. Con esta práctica serás más fuerte, más sabio y estarás en paz contigo mismo. Es muy gratificante.
—Todavía no veo clara la idea, Julián.
—Es lógico. También a mí me resultó rara la primera vez. Pero reducida a su versión más básica, la reflexión personal no es otra cosa que el hábito de pensar.
—¿Es que no pensamos todos? ¿No forma parte del ser humano?
—La mayoría de nosotros piensa, sí. El problema es que la gente piensa lo justo para sobrevivir. Con este ritual estoy hablando de pensar para prosperar. Cuando leas la biografía de Franklin verás a lo que me refiero. Cada tarde, tras un día de productivo trabajo, Franklin se retiraba a un rincón silencioso de su casa y reflexionaba sobre la jornada. Repasaba todos sus actos, si habían sido positivos y constructivos o, por el contrario, negativos. Sabiendo lo que hacía mal, podía tomar medidas para mejorar y avanzar por el camino del autodominio. Es lo mismo que hacían los sabios. Cada noche se retiraban al santuario de sus respectivas chozas y se sentaban a meditar. El yogui Raman llevaba incluso un inventario de sus actividades cotidianas.
—¿Qué clase de cosas escribía? —pregunté.
—Primero hacía una lista de todas sus actividades, desde el cuidado personal a su relación con los otros sabios y a sus incursiones al bosque en busca de leña y comida fresca. También anotaba los pensamientos que había tenido durante ese día en concreto.
—Pero eso es muy difícil. Yo casi no recuerdo lo que pensé hace cinco minutos, imagínate hace doce horas.
—La cosa cambia si practicas este ritual diariamente. Verás, todo el mundo puede conseguir los mismos resultados que yo. Cualquiera. El problema es que hay mucha gente que sufre de esa terrible enfermedad llamada excusítís.
—Creo que la tuve cuando era pequeño —dije, sabiendo perfectamente lo que mi sabio amigo estaba diciendo.
—¡No pongas más excusas y hazlo! —exclamó Julián con convicción.
—¿Hacer qué?
—Sentarte a pensar. Tomar el hábito de la introspección personal. Cuando terminaba la lista de lo que había hecho y pensado, el yogui Raman hacía una valoración completa en una columna aparte. Viendo por escrito sus actividades y pensamientos, se preguntaba si eran de naturaleza positiva. En ese caso, decidía seguir dedicando su energía a ellos, pues a la larga le reportarían grandes beneficios.
—¿Y si eran negativos?
—Entonces tomaba medidas claras para deshacerse de ellos.
—Un ejemplo no me vendría mal.
—¿Puede ser personal? —preguntó Julián.
—Claro, me encantará conocer alguno de tus más íntimos pensamientos —dije.
—En realidad estaba pensando en los tuyos.
Los dos nos echamos a reír como chiquillos.
—Está bien. Siempre te has salido con la tuya.
—Bueno. Repasemos algunas de las cosas que has hecho hoy. Anótalas en ese papel que hay sobre la mesita —pidió Julián.
Empecé a comprender que algo importante estaba a punto de ocurrir. Era la primera vez en años que me tomaba un poco de tiempo para reflexionar sobre las cosas que hacía y que pensaba. ¿Por qué no? A fin de cuentas, ¿cómo iba a perfeccionarme si aún no me había tomado la molestia de averiguar qué tenía que perfeccionar?
—¿Por dónde empiezo? —pregunté.
—Por lo que hiciste esta mañana y ve siguiendo. Anota lo más destacado, todavía tenemos mucho que hacer y quisiera volver a la fábula del yogui Raman dentro de un rato.
—Bien. Mi gallo electrónico me despertó a las seis y media —bromeé.
—Ponte serio y continúa —replicó Julián.
—De acuerdo. Me duché y afeité, agarré una galleta y me fui corriendo al trabajo.
—¿Qué hay de tu familia?
—Todos dormían. En fin, en cuanto llegué a la oficina, vi que mi cita de las siete y media llevaba allí esperando desde las siete, y ¡estaba furioso!
—¿Cuál fue tu reacción?
—Rebelarme, ¿qué iba a hacer, si no, dejar que me pisoteara?
—Mmm. Bueno. ¿Qué pasó después?
—La cosa fue de mal en peor. Llamaron de los juzgados para decir que el juez Wildabest quería verme en su despacho y que si no estaba allí antes de diez minutos «rodarían cabezas». Te acuerdas de Wildabest, ¿verdad? El que te declaró en rebeldía cuando estacionaste tu Ferrari en su plaza de aparcamiento. —Me reí a carcajadas.
—Tenías que sacar a relucir eso, ¿verdad? —replicó Julián, revelando en su mirada un resto de aquel malicioso centelleo por el que una vez se había hecho famoso.
—Bien, corrí hasta la audiencia y tuve una discusión con uno de los secretarios. Cuando regresé a la oficina, me esperaban veintisiete mensajes telefónicos, todos con la etiqueta «urgente». ¿Sigo?
—Adelante.
—Ya de regreso, Jenny me llamó al coche y me pidió que parase en casa de su madre para recoger una de esas tartas que han hecho célebre a mi suegra. El problema fue que cuando tomé la salida para ir allí, me vi metido en uno de los atascos más impresionantes del siglo. Total, que allí estaba yo, en plena hora punta, con un calor de mil demonios, rabiando de estrés y sintiendo que se me escapaba el tiempo.
—¿Cómo reaccionaste?
—Maldije el tráfico —dije con sinceridad—. De hecho me puse a gritar dentro del coche. ¿Quieres saber qué dije?
—No creo que esas cosas puedan nutrir el jardín de mi mente —respondió Julián con una sonrisa.
—Como fertilizante tal vez servirían.
—No, gracias. Podemos detenernos aquí. Reflexiona un momento. Evidentemente, visto a posteriori, hay algunas cosas que habrías hecho de otra manera si hubieras tenido ocasión.
—Evidentemente.
—¿Como cuáles?
—Mmm. Bien, primero, en un mundo perfecto yo me levantaría más temprano. No creo que me esté haciendo ningún favor ir siempre a toda velocidad. Me gustaría tener un poco de paz por la mañana, para ir acomodándome al día poco a poco. Esa técnica del Corazón de la Rosa podría funcionar bien aquí. También me gustaría poder desayunar con el resto de la familia, aunque sólo fuera para compartir unos cereales. Me daría más sensación de equilibrio. Siempre tengo la impresión de que no paso tiempo suficiente con Jenny y los chicos.
—El mundo es perfecto, y tu vida también lo es. Tú tienes el poder de controlar tu jornada. Tú tienes el poder de pensar cosas buenas y positivas, el poder de vivir tus sueños —observó Julián, subiendo el tono de voz.
—Ahora empiezo a sentir que puedo cambiar.
—Estupendo. Sigue reflexionando sobre lo que hiciste hoy.
—Bien, ojalá no le hubiera gritado a mi cliente. Ojalá no hubiera discutido con el secretario y ojalá no le hubiera gritado al tráfico.
—Al tráfico no le importa, ¿verdad?
—Sigue siendo tráfico y nada más —dije.
—Creo que has comprendido el poder de la Reflexión Personal. Analizando lo que haces y en qué inviertes tu tiempo, estás estableciendo un baremo para medir tu perfeccionamiento. El único modo de mejorar mañana es saber qué has hecho mal hoy.
—¿Y meditar un plan definido para que eso no vuelva a pasar? —añadí.
—Ni más ni menos. Cometer errores no es nada malo. Forman parte de la vida y son esenciales para el crecimiento personal. Como en el dicho «la felicidad es fruto del buen criterio, el buen criterio es fruto de la experiencia, y la experiencia es fruto del mal criterio». Lo que sí es malo es cometer una y otra vez los mismos errores. Eso demuestra una falta de conciencia de sí mismo, la cualidad que precisamente distingue a los humanos de los animales. Sólo el ser humano es capaz de distanciarse de sí mismo y analizar lo bueno y lo malo de sus actos. Los perros no pueden. Los pájaros tampoco. Ni siquiera los monos. Pero tú sí puedes. En eso consiste precisamente el Ritual de la Reflexión Personal. Averigua lo que está bien y lo que está mal en tu vida. Y luego trata de hacer mejoras.
—Son muchas cosas en que pensar, Julián —dije.
—El sexto ritual se llama Ritual del Despertar Anticipado.
—Aja. Creo que ya sé lo que viene ahora.
—Uno de los mejores consejos que recibí en aquel remoto paraíso de Sivana fue levantarme con el sol y empezar bien el día. En general dormimos más de lo necesario. Por término medio, una persona puede pasar con seis horas de sueño y estar perfectamente sana. En realidad, dormir no es más que un hábito y, como cualquier otro hábito, tú puedes entrenarte para conseguir el resultado que buscas: en este caso, dormir menos.
—Es que si me levanto antes, me siento cansadísimo —dije.
—Los primeros días estarás muy cansado, no lo voy a negar. Puede que incluso te sientas así toda una semana. Mira, tómalo como una pequeña dosis de molestia a cambio de un beneficio a largo plazo. Siempre sentirás cierta incomodidad cuando intentes establecer un nuevo hábito. Es como estrenar unos zapatos nuevos: al principio cuesta llevarlos, pero pronto te sientes cómodo con ellos. Como te he dicho antes, el dolor suele preceder a todo desarrollo personal. No lo temas, al contrario.
—Está bien, me gusta la idea de procurar despertarme antes. Pero ¿qué significa ese «antes»?
—Otra buena pregunta. No existe un momento ideal. Como todo lo que te he dicho hasta ahora, haz lo que creas correcto. Y recuerda la advertencia del yogui Raman: «Huir de los extremos, moderación ante todo.»
—Levantarse con el sol me parece exagerado.
—Pues no lo es. Pocas cosas hay más naturales que levantarse cuando despunta el día. Los sabios creían que el sol era un regalo del cielo y, si bien procuraban no exponerse demasiado, tomaban regularmente el sol e incluso podías verlos a menudo bailando alegremente en la primera luz de la mañana. Yo creo que ésta es otra de las claves de su longevidad.
—¿Tú tomas el sol? —pregunté.
—Por supuesto. El sol me rejuvenece. Cuando estoy cansado, el sol me pone de buen humor. En la antigua cultura oriental, se creía que el sol estaba relacionado con el alma. La gente lo adoraba pues hacía que crecieran sus cultivos. Los rayos del sol liberan tu vitalidad y renuevan tu dinamismo emocional y físico. Es un remedio buenísimo, siempre que lo tomes con moderación. Vaya, me estoy apartando del tema. La clave está en despertarse temprano cada día.
—Mmm. ¿Y cómo introduzco este hábito en mi rutina diaria?
—Te daré un par de consejos. En primer lugar, no olvides que lo que cuenta es la calidad del sueño, no la cantidad. Es mejor dormir seis horas seguidas profundamente, que diez horas dando vueltas en la cama. Se trata de proporcionar a tu cuerpo el descanso necesario para que sus procesos naturales puedan restaurar tu dimensión física a su estado natural de salud, un estado que sufre las consecuencias del estrés diario. Muchos de los hábitos de los sabios se basan en el principio de que lo importante es descansar bien, no dormir mucho. Por ejemplo, el yogui Raman nunca comía después de las ocho de la tarde. Decía que la subsiguiente actividad digestiva podía reducir la calidad de su sueño. Otro ejemplo era el hábito de meditar al son de sus arpas inmediatamente antes de irse a acostar.
—¿Qué sentido tenía hacerlo?
—Deja que te haga una pregunta. ¿Qué haces tú antes de irte a dormir?
—Veo las noticias con Jenny como la mayoría de la gente que conozco.
—Me lo imaginaba —dijo Julián con un misterioso destello en sus ojos.
—No lo entiendo. ¿Qué hay de malo en ponerse un poco al día antes de acostarse?
—Los diez minutos previos a acostarse y los diez minutos siguientes al despertar influyen mucho en tu subconsciente. En esos momentos tu mente debería estar programada con pensamientos serenos e inspiradores.
—Hablas como si la mente fuese un ordenador.
—Pues no vas desencaminado; lo que introduces es lo que obtienes después. Lo más importante es que el programador eres tú y nadie más. Determinando los pensamientos que entran en tu mente estás determinando lo que saldrá. Antes de ir a acostarte, no mires las noticias ni discutas con nadie ni repases mentalmente los acontecimientos del día. Relájate. Toma una infusión, si quieres. Escucha algo de música clásica suave y disponte a dejarte llevar por un sueño reparador.
—Entiendo. Cuanto mejor duerma, menos horas de sueño necesitaré.
—Exacto. Y no olvides la Regla del Veintiuno: si haces algo durante veintiún días seguidos, se convertirá en un hábito. Así pues, aguanta tres semanas levantándote temprano antes de rendirte porque resulta demasiado incómodo. Para entonces ya será una cosa habitual. Dentro de poco tiempo podrás levantarte tranquilamente a las cinco y media o incluso a las cinco, dispuesto a saborear el esplendor de un día glorioso.
—De acuerdo, pongamos que me levanto cada día a las cinco y media. ¿Qué hago entonces?
—Tus preguntas demuestran que piensas, amigo mío. Te lo agradezco. Una vez en pie, hay muchas cosas que puedes hacer. El principio fundamental que debes tener presente es la importancia de empezar el día bien. Como te sugería, lo que piensas y lo que haces en los diez primeros minutos del día tiene un pronunciado efecto en el resto de la jornada.
—¿En serio?
—Desde luego. Piensa cosas positivas. Ofrece una oración de gracias por todo lo que tienes. Trabaja tu lista de gratitudes. Escucha buena música. Ve salir el sol o, si te apetece, ve a dar un corto paseo en un entorno natural. Los sabios se echaban a reír sólo para sentir cómo fluían cada mañana los «jugos de la felicidad».
—Julián, hago todo lo posible por asimilar tus enseñanzas, y creo que estarás de acuerdo en que no lo hago mal para ser un novato. Pero eso suena muy extraño, incluso para un grupo de monjes perdidos en el Himalaya.
—Pero no lo es. Adivina cuántas veces se ríe por término medio un niño de cuatro años.
—Vete tú a saber.
—Yo lo sé. Trescientas. Ahora adivina cuántas veces se ríe por término medio un adulto en nuestra sociedad durante un día.
—¿Cincuenta?
—Más bien quince —dijo Julián, sonriendo satisfecho—. ¿Entiendes ahora? Reír es una medicina para el alma. Aunque no tengas ganas, mírate al espejo y ríe durante un par de minutos. Te sentirás de fábula, te lo aseguro. William James dijo: «No reímos porque seamos felices. Somos felices porque reímos.» Así que empieza el día con buen pie. Ríe, juega y da gracias por todo lo que tienes. De este modo cada día estará lleno de exquisitas recompensas.
—¿Qué hay que hacer para empezar con buen pie?
—En realidad, yo he desarrollado una rutina matinal bastante sofisticada donde entra de todo, desde el Corazón de la Rosa a tomar un par de vasos de zumo recién exprimido. Pero hay una estrategia en concreto que me gustaría compartir contigo.
—Debe de ser importante.
—En efecto. Poco después de levantarte, ve a tu santuario de silencio. Concéntrate. Luego hazte esta pregunta: ¿qué haría hoy si fuera mi último día? La clave está en comprender el verdadero significado de la pregunta. Haz una lista mental de las cosas que harías, la gente a la que llamarías y los momentos que te gustaría saborear. Imagínate haciendo estas cosas con gran energía. Visualiza cómo tratarías a tu familia y a tus amigos. Piensa incluso cómo tratarías a un perfecto desconocido si fuera tu último día en este planeta. Como he dicho antes, si vives cada día como si fuera el último, tu vida adopta una calidad mágica. Y esto me lleva al séptimo de los rituales de la Vida Radiante: el Ritual de la Música.
—Creo que éste me va a gustar —dije.
—No me cabe duda. A los sabios les encantaba la música. Los estimulaba igual que el sol. La música los hacía reír, bailar y cantar. Lo mismo sirve en tu caso. Jamás olvides el poder de la música. Invierte un poco de tiempo cada día, aunque sea sólo escuchar alguna pieza suave mientras vas en coche al trabajo. Cuando te sientas decaído o cansado, pon un poco de música. Es uno de los mejores motivadores que conozco.
—¡Aparte de ti! —exclamé—. Nada más escucharte ya me siento de maravilla. Realmente has cambiado, Julián, y no sólo externamente. Tu antiguo cinismo ha desaparecido. Lo mismo que tu negatividad y tu agresividad. Das la impresión de estar realmente en paz contigo mismo. Esta noche me has conmovido.
—¡Espera, todavía hay más! —exclamó Julián levantando un puño—. Sigamos.
—Adelante.
—Muy bien. El octavo ritual es el de la Palabra Hablada. Los sabios tenían una serie de mantras que recitaban mañana, tarde y noche. Me decían que esta práctica era muy efectiva para mantenerse concentrado, fuerte y feliz.
—¿Qué es un mantra?
—Una serie de palabras unidas para crear un efecto positivo. En sánscrito, man, significa «mente» y ira «liberar». Por lo tanto, mantra es una frase pensada para liberar la mente. Y créeme, John, los mantras logran su objetivo de una manera poderosa.
—¿Utilizas mantras en tu rutina diaria?
—Desde luego. Son mis fieles compañeros allá donde voy. Tanto si voy en autobús como si camino hacia la biblioteca o contemplo el mundo sentado en un parque, los mantras me sirven para afirmar todo lo bueno que hay en mi mundo.
—Entonces son hablados.
—No forzosamente. Las afirmaciones escritas también son muy efectivas. Pero he comprobado que repetir un mantra en voz alta tiene un efecto maravilloso sobre mi espíritu. Cuando necesito sentirme motivado, puedo repetir una frase dos o trescientas veces. Por ejemplo, para mantener la sensación de auto—confianza que he venido cultivando, repito: «Soy fuerte, capaz y tranquilo.» También utilizo mantras para mantenerme joven y vital —admitió Julián.
—¿Un mantra para mantenerse joven?
—Las palabras afectan profundamente a la mente. Sean habladas o escritas, su influjo es muy poderoso. Aunque lo que dices a los demás es importante, lo es más lo que te dices a ti mismo.
—¿Una especie de monólogo?
—En cierto modo. Tú eres eso que piensas todo el día. Eres también lo que te dices a ti mismo todo el día. Si dices que estás viejo y cansado, este mantra se manifestará en tu realidad exterior. Si dices que eres débil y careces de entusiasmo, así será tu mundo. Pero si dices que eres sano, dinámico y pleno de vida, tu vida cambiará radicalmente. Las palabras que te dices a ti mismo afectan a tu autoimagen y ésta determina qué medidas tomas. Por ejemplo, si tu autoimagen es la de una persona que carece de confianza para hacer algo valioso, sólo podrás hacer cosas que se avengan a este rasgo. Por el contrario, si tu autoimagen es la de un individuo radiante que no le teme a nada, tus actos, una vez más, se corresponderán con esta característica. La autoimagen es una especie de profecía que se cumple por sí sola.
—Explícate.
—Si crees que eres incapaz de hacer algo, pongamos encontrar ese socio perfecto o vivir sin estrés, tus creencias afectarán tu autoimagen. Del mismo modo, tu autoimagen te impedirá dar los pasos necesarios para encontrar al socio perfecto o procurarte una vida de serenidad. De hecho, saboteará cualquier esfuerzo que puedas hacer en ese sentido.
—¿Por qué funciona así?
—Muy sencillo. Tu autoimagen es una especie de gobernador, jamás te dejará actuar de un modo que no concuerde con ella. Lo bonito es que tú puedes cambiar tu autoimagen como puedes cambiar todo lo demás. Los mantras son un método ideal para lograrlo.
—Y cuando cambio mi mundo interior, cambio también mi mundo exterior —dije.
—Aprendes muy deprisa —repuso Julián, haciendo la señal del pulgar levantado como en sus tiempos de estrella de la abogacía—. Eso nos lleva al noveno ritual de la Vida Radiante. Se llama el Ritual del Carácter Congruente. Viene a ser una derivación del concepto de autoimagen que comentábamos antes. En pocas palabras, este ritual exige que tomes medidas adicionales para fraguar tu carácter. Fortalecer tu personalidad afecta a tu forma de verte y a tus actos. Esos actos, unidos, forman tus hábitos, y tus hábitos son los que te conducen a tu destino. El yogui Raman lo expresó mejor cuando dijo: «Siembras un pensamiento, cosechas una acción. Cosechas una acción, siembras un hábito. Siembras un hábito, cosechas un carácter. Siembras un carácter, cosechas un destino.»
—¿Qué cosas debería hacer para fraguar mi carácter?
—Todo lo que cultive tus virtudes. Antes de que me preguntes qué quiero decir con «virtudes», deja que te aclare el concepto. Los sabios del Himalaya estaban convencidos de que una vida virtuosa era una vida con sentido. En consecuencia, regían todos sus actos por una serie de principios imperecederos.
—Creí que habías dicho que se regían por un propósito —objeté.
—Sí, y así es, pero la vocación de su vida incluía una manera de vivir congruente con estos principios, los mismos que sus antepasados habían atesorado a lo largo de miles de años.
—¿Cuáles son esos principios, Julián?
—Laboriosidad, compasión, humildad, paciencia, honestidad y coraje. Cuando todos tus actos sean congruentes con estos principios, sentirás una profunda sensación de armonía y paz interiores. Vivir así conducirá inevitablemente a tu éxito espiritual. ¿Por qué? Porque estarás haciendo lo correcto. Tus actos estarán en concordancia con las leyes de la naturaleza y del universo. Es entonces cuando empiezas a beneficiarte de la energía de esa otra dimensión, llámalo poder superior, si quieres. También es entonces cuando tu vida se adentra en el reino de lo extraordinario y empiezas a experimentar lo sagrado de tu existencia. Es el primer paso para un esclarecimiento duradero.
—¿Tú has pasado por esa experiencia? —pregunté.
—Sí, y estoy seguro de que tú lo lograrás. Obra de manera congruente con tu verdadera personalidad. Obra con integridad. Déjate guiar por tu corazón. Lo demás vendrá por sí mismo. Nunca estás solo, John.
—¿Qué quieres decir?
—Te lo explicaré en otro momento. Por ahora, recuerda que debes hacer pequeñas cosas cada día para fraguar tu carácter. Como dijo Emerson: «El carácter es siempre superior al intelecto.» Tu carácter se fragua cuando obras de un modo acorde con los principios que he mencionado antes. Si no lo haces así, la verdadera felicidad se te escapará de las manos.
—¿Y el último ritual?
—Es el importantísimo Ritual de la Simplicidad, el que exige que vivas una vida sencilla. Como decía el yogui Raman, «no hay que vivir en el meollo de las cosas nimias. Concéntrate en tus prioridades, en esas actividades que tienen verdadero sentido. Tu vida será gratificante y excepcionalmente apacible. Te doy mi palabra».
»Tenía razón. En cuanto empecé a separar el grano de la paja, la armonía ocupó mi vida. Dejé de vivir al ritmo frenético a que ya me había acostumbrado. Dejé de vivir en el ojo del huracán. Lo que hice fue aflojar la marcha y dedicar un tiempo a aspirar la fragancia de las proverbiales rosas.
—¿Qué hiciste para cultivar la simplicidad?
—Dejé de usar ropa cara, abandoné mi adicción a leer seis periódicos al día, olvidé la necesidad de estar siempre disponible para todo el mundo, me volví vegetariano y comí menos. En resumidas cuentas, reduje mis necesidades. Mira, John, a menos que reduzcas tus necesidades nunca te sentirás satisfecho. Serás como aquel empedernido jugador de Las Vegas que siempre esperaba «sólo una vuelta más» de la ruleta con la esperanza de que apareciera su número de la suerte. Siempre querrás más. ¿Cómo vas a ser feliz así?
—Pero antes has dicho que la felicidad se consigue con la realización. Y ahora me dices que reduzca mis necesidades y me contente con menos. ¿No es paradójico?
—Muy bien expuesto, John. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. La felicidad duradera viene, es cierto, de esforzarse en realizar tus sueños. Tu mejor momento es cuando te mueves hacia adelante. La clave está en no hipotecar tu felicidad en la búsqueda de ese elusivo Eldorado. Por ejemplo, aunque yo era multimillonario, me decía que el éxito para mí era tener trescientos millones de dólares en mi cuenta bancaria: una receta para el desastre.
—¿Trescientos millones? —pregunté boquiabierto.
—Ni más ni menos. Por consiguiente, por más dinero que tuviera, nunca estaba satisfecho. Nunca era feliz. En el fondo no era más que codicia. No tengo problema en admitirlo ahora. Era un poco como la historia del rey Midas.
—El hombre que amaba tanto el oro que llegó a rezar para que todo lo que él tocase se convirtiera en ese metal. Su deseo le fue concedido. Pero entonces el rey se dio cuenta de que no podía comer porque la comida se había vuelto de oro, y así sucesivamente.
—Exacto. En la misma línea, a mí me movía tanto el dinero que no sabía disfrutar de todo lo que tenía. Sabes, llegó un momento en que lo único que podía ingerir era pan y agua —dijo Julián con aire pensativo.
—¿Lo dices en serio? Siempre creí que comías en los mejores restaurantes y acompañado de famosos.
—Eso fue al principio. Poca gente lo sabe, pero mi ritmo de vida desequilibrado me provocó una úlcera. Era incapaz de comer una salchicha sin tener ganas de vomitar. ¡Figúrate! Con tanto dinero y sólo podía comer pan y agua. Era patético. —Julián se contuvo—. Pero ya no vivo en el pasado. Fue otra de las grandes lecciones de la vida. Como te he dicho antes, el dolor es un magnífico maestro. Para superar el dolor, tuve primero que experimentarlo. Sin él no estaría donde estoy ahora —dijo estoicamente.
—¿Alguna idea sobre lo que debería hacer para integrar en mi vida el Ritual de la Simplicidad? —pregunté.
—Puedes hacer muchas cosas. Incluso las más pequeñas son importantes.
—¿Por ejemplo?
—Deja de levantar el teléfono cada vez que suena, deja de malgastar el tiempo leyendo propaganda de buzón, deja de comer fuera tres veces por semana, renuncia a tu club de golf y pasa más tiempo con tus chicos, prescinde del reloj un día a la semana, ve salir el sol de vez en cuando, vende tu teléfono móvil y tira el busca a la basura. ¿Continúo? —preguntó retóricamente.
—Entiendo. Pero ¿vender el móvil? —pregunté nervioso, como un bebé ante la sugerencia de que le corten el cordón umbilical.
—Como te dije, mi misión es compartir contigo las enseñanzas que recibí durante mi viaje. No es preciso que apliques todas y cada una de las estrategias para que tu vida funcione. Prueba las técnicas y usa las que te parezcan mejor.
—Ya. Nada de extremismos, moderación ante todo.
—Exacto.
—Debo reconocer que cuanto me dices parece estupendo. Pero ¿estás seguro de que esas técnicas traerán consigo un cambio radical en sólo treinta días?
—Puede que con menos. O puede que más —dijo Julián, con su clásica mirada traviesa.
—Ya estamos otra vez. Explícate, oh, sabio.
—«Julián» es suficiente, aunque eso de «sabio» habría quedado muy bien en mi antiguo membrete —bromeó—. Digo que serán menos de treinta días porque el verdadero cambio es espontáneo.
—¿Espontáneo?
—Sí, es algo que pasa en un abrir y cerrar de ojos, desde el momento en que decides en el fondo de tu alma que vas a elevar tu vida al más alto nivel. A partir de ahí serás otra persona, estarás en la senda de tu destino.
—¿Y por qué más de treinta días?
—Yo te aseguro que, practicando estas técnicas, verás mejoras claras en el plazo de un mes a partir de ahora mismo. Tendrás más energía, menos preocupaciones, más creatividad y menos estrés en todos los aspectos de tu vida. No obstante, has de saber que los métodos de los sabios no son cosa de coser y cantar. Se trata de tradiciones antiquísimas pensadas para su aplicación cotidiana y para el resto de tu vida. Si dejas de emplearlas, irás cayendo paulatinamente en tus viejos hábitos.

Cuando Julián terminó de explicar los diez rituales de la Vida Radiante, hizo una pausa.
—Sé que quieres que siga, y eso voy a hacer. Estoy tan convencido de lo que te digo, que no me importa tenerte despierto toda la noche. Quizá sea el momento apropiado para ahondar un poco más.
—¿Qué quieres decir? Yo creo que todo lo que me has explicado es muy profundo —dije.
—Los secretos que he compartido contigo te permitirán a ti y a cuantos estén en contacto contigo crear la vida deseada. Lo que te he enseñado hasta ahora ha sido muy práctico. Pero debes saber algo acerca de la corriente espiritual que subyace a los principios que he bosquejado. Si no entiendes de qué hablo, no te preocupes de momento. Tómalo como es y ya lo irás asimilando más tarde.
—Cuando el alumno esté listo, aparecerá el maestro.
—Exactamente —dijo Julián sonriendo—. Siempre has aprendido deprisa.
—De acuerdo, oigamos la parte filosófica —dije, ajeno al hecho de que eran casi las dos y media de la madrugada.
—Dentro de ti están el sol, la luna, el cielo y todas las maravillas del universo. La inteligencia que creó esas maravillas es la misma fuerza que te creó a ti. Todo cuanto te rodea procede de la misma fuente. Todos somos uno.
—No sé si lo entiendo.
—Todos los seres que pueblan la tierra, todas las cosas que contiene, tienen un alma. Todas las almas fluyen hacia una sola, que es el Alma del Universo. Verás, John, cuando nutres tu mente y tu espíritu, en realidad estás alimentando el Alma del Universo. Cuando te perfeccionas, estás perfeccionando las vidas de quienes te rodean. Y cuando tienes el coraje de avanzar con confianza en la dirección de tus sueños, empiezas a beneficiarte del poder del universo. Como te dije antes, la vida da lo que tú le pides. La vida siempre está escuchando.
—¿El autodominio y el kaizen me ayudarán a ayudar a otros?
—Algo así. En la medida en que enriquezcas tu mente, cuides tu cuerpo y alimentes tu espíritu, acabarás comprendiéndolo.
—Julián. Sé que tienes buenas intenciones. Pero el autodominio es un ideal bastante elevado para un hombre obeso como yo que ha pasado más tiempo desarrollando una clientela que desarrollando su propia persona. ¿Qué pasa si fracaso?
—El fracaso es no tener el coraje de intentarlo, ni más ni menos. Lo único que se interpone entre la gente y sus sueños es el miedo al fracaso. Sin embargo, el fracaso es esencial para triunfar. El fracaso nos pone a prueba y nos permite crecer. Nos guía, además, por el camino del esclarecimiento. Los maestros de Oriente dicen que cada flecha que da en la diana es el resultado de cien flechas erradas. Sacar partido de la pérdida es una ley fundamental de la naturaleza. No temas al fracaso. El fracaso es tu amigo.
—¿Convertirse al fracaso? —pregunté, incrédulo.
—El universo favorece a los valientes. Cuando decidas elevar tu vida a su más alto nivel, la fuerza de tu alma te guiará. El yogui Raman creía que el destino de cada uno está escrito desde el momento de nacer. Es un camino que conduce siempre a un lugar mágico lleno de valiosos tesoros. Cada individuo debe desarrollar el coraje necesario para avanzar por ese camino. Él me contó una historia aleccionadora.

»Una vez, en la antigua India, había un gigante malo que poseía un magnífico castillo con vistas al mar. Como el gigante había estado fuera muchos años guerreando, los niños del pueblo cercano solían ir a jugar al hermoso jardín del gigante. Un día, el gigante regresó y echó de su jardín a todos los niños. "¡No quiero veros más por aquí!", bufó mientras cerraba con estruendo la gran puerta de roble. Luego levantó un enorme muro de mármol en torno al jardín para que no entraran los niños. Llegó el invierno, con el frío que es habitual en las zonas septentrionales del subcontinente indio, y el gigante ansiaba que volviera el calor. La primavera iluminó el pueblo que había a los pies del castillo, pero las frías garras del invierno no abandonaron su jardín. Un día, el gigante percibió por fin las fragancias primaverales y notó que el sol entraba radiante por sus ventanas. "¡Por fin la primavera!", exclamó, corriendo al jardín. Pero no estaba preparado para lo que vio. Los niños del pueblo habían conseguido escalar la pared del castillo y estaban jugando en el jardín. Era debido a su presencia que el jardín se había transformado en un lugar exuberante poblado de rosas, margaritas y orquídeas. Todos los niños rieron de júbilo, excepto uno, que era mucho más bajo que los demás. Lloraba con desconsuelo pues no tenía fuerza suficiente para saltar el muro y jugar en el jardín. El gigante sintió lástima y, por primera vez en su vida, se arrepintió de su maldad. "Ayudaré a ese niño", dijo, corriendo hacia él. Cuando los otros lo vieron venir, huyeron del jardín temiendo por sus vidas. Pero el más pequeño se mantuvo firme. "Yo mataré al gigante. Defenderé nuestro lugar de recreo", dijo. Cuando el gigante se acercó al niño, abrió sus brazos y le dijo: "He venido a ayudarte a saltar el muro para que juegues en el jardín. A partir de ahora será tuyo." El niño, convertido en héroe, se sintió muy feliz y regaló al gigante el collar de oro que siempre llevaba al cuello. "Es mi amuleto de la suerte. Quiero que lo lleves tú", dijo.
Desde aquel día, los niños jugaron con el gigante en el jardín del castillo. Pero aquel valiente muchacho, que era el preferido del ogro, ya no volvió. Con el tiempo, el gigante enfermó y se debilitó. Los niños seguían jugando en el jardín pero él ya no tenía fuerzas para estar con ellos. En aquellos días, el gigante no pensaba en nadie más que en aquel muchacho. Un día de invierno especialmente crudo, el gigante miró por su ventana y vio algo milagroso: aunque la mayor parte del jardín estaba cubierta de nieve, en mitad del mismo había un estupendo rosal rebosante de flores espectaculares. Junto a las rosas estaba el niño en quien el gigante había pensando tanto. El muchacho sonreía dulcemente. El gigante corrió a abrazar al muchacho. "¿Dónde has estado todos estos años, mi joven amigo? Te he echado muchísimo de menos." El muchacho dio una respuesta meditada: "Hace mucho tiempo me ayudaste a entrar en el jardín mágico. Ahora he venido para que entres tú en el mío."
Más tarde, cuando los otros niños fueron a ver al gigante, lo hallaron inerme en el suelo. Estaba cubierto de pies a cabeza por millares de bellas rosas.

»Sé valiente, John, como aquel muchacho. Mantente firme y no pierdas de vista tus sueños. Ellos te conducirán a tu destino. Síguelo, y él te conducirá a las maravillas del universo. Y no pierdas de vista esas maravillas, pues ellas te conducirán a un jardín muy especial lleno de rosas.
Cuando miré a Julián para decirle que su historia me había conmovido profundamente, vi algo que me sobresaltó: aquel acerado gladiador de los tribunales que había pasado gran parte de su vida defendiendo a los ricos y los famosos se había echado a llorar.

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