jueves, 5 de mayo de 2011

El monje que vendio su ferrari: 8 Encender el fuego interior


OCHO

Encender el fuego interior


Confía en ti mismo. Crea el tipo de vida que te gustará vivir a lo largo de tu vida. Aprovecha el máximo de ti mismo atizando las diminutas chispas interiores de posibilidad para que sean llamas de realización.
Foster C. McClellan


—El día en que el yogui Raman me explicó esta pequeña fábula, allá en las cumbres del Himalaya, fue bastante similar al de hoy en muchos aspectos —dijo Julián.
—¿De veras?
—Nos encontramos al anochecer y nos despedimos de madrugada. Se produjo tal química entre los dos que el aire parecía crepitar de electricidad. Como te he mencionado antes, desde el momento en que conocí a Raman tuve la sensación de que era para mí el hermano que nunca tuve. Esta noche, sentado aquí y disfrutando de esa mirada tuya de intriga, siento la misma energía y el mismo vínculo. Te diré también que siempre pensé en ti como en un hermano pequeño. Y para serte franco, veía muchas cosas de mí mismo en ti.
—Eras un abogado increíble, Julián. Yo jamás olvidaré tu convicción.
Pero Julián no tenía el menor deseo de explorar sus gestas pasadas.
—John, quisiera seguir compartiendo contigo los elementos de la fábula del yogui Raman, pero antes debo confirmar una cosa. Has aprendido ya una serie de eficaces estrategias para el cambio personal que pueden hacer maravillas si eres perseverante en su aplicación. Esta noche voy a abrirte mi corazón y a revelarte todo cuanto sé, pues es mi deber hacerlo. Sólo quiero cerciorarme de que entiendes lo importante que es que tú pases este saber a todos aquellos que estén buscando una orientación. Vivimos en un mundo atribulado. Lo negativo lo invade todo y en nuestra sociedad muchas personas flotan como barcos sin timón, almas cansadas en busca de un faro que les impida estrellarse contra las rocas de la costa. Tú debes hacer las veces de capitán. Deposito mi confianza en ti para que lleves el mensaje de Sivana a todos aquellos que lo necesiten.
Tras reflexionar, prometí a Julián que aceptaba el encargo. Acto seguido, él siguió hablando con pasión.
—Lo hermoso de todo este ejercicio es que mientras te afanas en mejorar las vidas de otras personas, la tuya propia se eleva a las más altas dimensiones. Es una verdad basada en un viejo paradigma para la vida extraordinaria.
—Soy todo oídos.
—Básicamente, los sabios del Himalaya se guiaban por una regla muy sencilla: el que más sirve más cosecha, emocional, física, mental y espiritualmente. Éste es el camino hacia la paz interior y la realización exterior.
Leí una vez que la gente que estudia a los demás es sabia y que la que se estudia a sí misma es esclarecida. Por primera vez, quizá, estaba ante un hombre que se conocía realmente a sí mismo. Con su austero ropaje y la media sonrisa de un Buda joven en su cara saludable, Julián Mantle parecía tenerlo todo: salud perfecta, felicidad y un imperioso sentido de su papel en el calidoscopio del universo. Sin embargo, no poseía nada.
—Volvemos al faro —dijo.
—Sí, ¿cómo encaja eso en la fábula del yogui Raman?
—Intentaré explicarlo —respondió Julián, en un tono más de profesor que de monje—. Ahora ya sabes que la mente es como un fértil jardín y que, para que florezca, debes nutrirla cada día. No permitas que la mala hierba de los pensamientos y los actos impuros invada ese jardín. Monta guardia en las puertas de tu mente. Mantenla en forma: si tú se lo permites, ella te dará frutos maravillosos.
»Recordarás que en mitad del jardín había un imponente faro. Este símbolo sirve como recordatorio de otro viejo principio para una vida esclarecida: el propósito de la vida es una vida con propósito. Los verdaderamente esclarecidos saben lo que quieren obtener de la vida, emocional, material, física y espiritualmente. Definir claramente tus prioridades en cada aspecto de tu vida jugará un papel similar al del faro, ofrecerte orientación y refugio cuando la mar se vuelva brava. Mira, John, cualquiera puede revolucionar su vida si primero revoluciona la dirección hacia la que se mueve. Pero si no sabes siquiera adonde vas, ¿cómo saber si has llegado?
Julián retrocedió al momento en que el yogui Raman había examinado ese principio con él. Recordaba exactamente las palabras del sabio: «La vida es extraña —decía el yogui Raman—. Cabría pensar que cuanto menos trabaja uno más posibilidades tiene de experimentar la felicidad. Sin embargo, la verdadera fuente de la felicidad puede concretarse en una palabra: realizacíón. La felicidad duradera se consigue trabajando constantemente para alcanzar tus objetivos y avanzar en la dirección que te has fijado. No hay otro secreto para atizar el fuego que tienes agazapado dentro de ti. Comprendo que puede parecer irónico que hayas viajado miles de kilómetros desde tu sociedad para hablar con un puñado de místicos recluidos en el Himalaya sólo para que te digan que otro de los secretos de la felicidad se encuentra en la realización, pero es verdad.»
—¿Monjes adictos al trabajo? —sugerí en broma.
—Todo lo contrario. Esos sabios eran tremendamente productivos, sí, pero no en el sentido frenético de la palabra. Más bien en la acepción zen y apacible.
—Explícate.
—Todo lo que hacían tenía un propósito. Aunque estaban apartados del mundo moderno y vivían una existencia altamente espiritual, eso no quita que fueran muy eficaces. Unos se pasaban el día escribiendo tratados filosóficos, otros creaban fabulosos poemas que desafiaban su capacidad intelectual y renovaban su creatividad. Otros, en fin, pasaban el tiempo dedicados a la silenciosa contemplación, como estatuas iluminadas en la postura del loto. Los Sabios de Sivana no perdían el tiempo. Su conciencia colectiva les recordaba que sus vidas tenían un objeto y un deber que cumplir.
»Esto es lo que me dijo el yogui Raman: "En Sivana, donde el tiempo parece detenerse, tal vez te preguntes qué puede esperar alcanzar un grupo de sabios sin posesiones materiales. Pero lo que uno persigue no ha de ser necesariamente algo material. Personalmente, mis objetivos son conseguir la serenidad, el autodominio y el esclarecimiento. Si cuando llegue al final de mi vida he fracasado en ello, seguro que moriré insatisfecho."
Julián me dijo que era la primera vez que oía mencionar la mortalidad a alguno de sus maestros.
—Y el yogui Raman lo notó en mi expresión. «No has de preocuparte, amigo mío. Hace tiempo que superé los cien años y no tengo planes de dejar esto a corto plazo. Yo creo que cuando uno sabe con claridad qué objetivos desea alcanzar en el curso de su vida, ya sean materiales, emocionales, físicos o espirituales, al final encuentra la alegría eterna. Tu vida será tan placentera como la mía, estoy seguro de que conocerás una espléndida realidad. Pero has de saber cuál es el propósito de tu vida y pasar esa visión al campo de la realidad mediante la acción consecuente. Los sabios lo llamamos dharma, que es como se dice en sánscrito "el propósito de la vida".» ¿La satisfacción se derivará del hecho de realizar mi dharma?, le pregunté. «Desde luego. Del dharma salen la armonía interior y la satisfacción duradera. El dharma se basa en el antiguo principio según el cual cada uno de nosotros tiene una misión heroica aquí en la tierra. A todos se nos ha concedido una serie única de dones y talentos que nos permitirán realizar nuestra tarea terrenal. La clave está en descubrirlos y, de paso, descubrir cuál es el objetivo prioritario.»
Interrumpí a Julián:
—Es un poco como lo que decías sobre correr riesgos.
—Quizá sí o quizá no.
—¿Qué quieres decir?
—Sí, puede parecer que estás obligado a correr ciertos riesgos para descubrir qué se te da mejor y cuál es la esencia de tu vida. Muchas personas dejan empleos que han estado impidiendo su progreso en cuanto descubren el verdadero objeto de su existencia. Todo autoexamen entraña un peligro. Pero no existe riesgo alguno en descubrirse a sí mismo y la misión que uno tiene en la vida. El autoconocimiento es el ADN del autoesclarecimiento. Es algo muy bueno y, desde luego, esencial.
—¿Cuál es tu dharma, Julián? —pregunté a voleo, tratando de disimular mi curiosidad.
—Muy sencillo: servir a los demás desinteresadamente. Recuerda, no hay alegría verdadera en el dormir, en relajarse o en haraganear. Como dijo Benjamin Disraeli: «El secreto del éxito es la constancia en los propósitos.» La felicidad que estás buscando vendrá a través de la reflexión sobre los objetivos que te hayas marcado, de las medidas que tomes a diario para conseguirlos. Se trata de una aplicación directa de la vieja filosofía que prescribe que las cosas más importantes nunca deben ser sacrificadas a las cosas menos importantes. El faro de la fábula te servirá para recordarte el poder de marcarse objetivos claramente definidos y, lo más importante, de tener la fuerza de carácter necesaria para obrar en consecuencia.

En las horas que siguieron, aprendí de Julián que las personas más desarrolladas y realizadas comprenden la importancia de explorar sus talentos, averiguar su propósito personal y aplicar sus dones humanos en esa dirección. Hay personas que sirven desinteresadamente a la humanidad como médicos, otros lo hacen como artistas. Algunos descubren que son grandes comunicadores y se convierten en maestros maravillosos, mientras que otros acaban viendo que su legado tendrá la forma de innovaciones en el campo de los negocios o la ciencia. La clave está en tener la disciplina y la visión necesarias para ver cuál es tu misión heroica y asegurarte de que sirva a los demás.
—¿Viene a ser como fijarse metas?
—Fijarse metas es el punto de partida. Proyectar tus objetivos libera los jugos creativos que te ponen en el camino de tu finalidad en la vida. Lo creas o no, el yogui Raman y los otros sabios eran muy exigentes en sus metas.
—Me tomas el pelo. Monjes supereficientes perdidos en el Himalaya, meditando toda la noche y fijándose metas por el día. ¡Estupendo!
—Juzga por los resultados, John. Mírame a mí. A veces ni yo mismo me reconozco cuando me veo en el espejo. Mi antaño insatisfactoria existencia ha sido reemplazada por una vida llena de aventura, misterio y excitación. Soy joven otra vez y disfruto de una salud perfecta. La sabiduría que comparto contigo es tan poderosa, tan importante y tan vital que sólo has de dejar que penetre en ti.
—Eso hago, Julián, en serio. Todo cuanto has dicho hasta ahora tiene sentido, aunque algunas técnicas me parecen un poco raras. Pero te he prometido intentarlo, y lo haré.
—Si he visto más allá que otros, es simplemente porque he contado con grandes maestros —dijo Julián con humildad—. Te pondré otro ejemplo. El yogui Raman era un experto arquero, un auténtico maestro. Para ilustrar su filosofía sobre la importancia de marcarse objetivos claramente definidos en cada aspecto de la vida, me brindó una demostración que jamás olvidaré.
»Cerca de donde estábamos había un roble imponente. El sabio arrancó una rosa de la guirnalda que solía llevar puesta y la colocó en mitad del tronco. Luego sacó tres objetos de la mochila que llevaba consigo siempre que se aventuraba en cumbres distantes como la que estábamos visitando. El primer objeto era su arco favorito, que estaba hecho de una madera de sándalo muy fragante pero robusta a la vez. El segundo era una flecha. El tercero era un pañuelo blanco, como los que yo solía llevar en el bolsillo de mis costosos trajes para impresionar a jueces y jurados —añadió Julián como disculpándose.
El yogui Raman le pidió entonces que le pusiera el pañuelo sobre los ojos a modo de venda.
—¿A qué distancia estoy de la rosa? —preguntó el yogui a su pupilo.
—A unos treinta metros —calculó Julián.
—¿Me has visto alguna vez practicando el antiquísimo deporte del tiro con arco? —preguntó el sabio, sabiendo perfectamente cuál iba a ser la respuesta.
—Te he visto dar en una diana a casi noventa metros, y no recuerdo que hayas fallado ni una sola vez a la distancia de ahora —dijo Julián.
Luego, con los ojos tapados por el pañuelo y los pies bien apoyados en tierra, el maestro tensó el arco y disparó la flecha apuntando a la rosa que colgaba del tronco del roble. La flecha se hincó en el árbol con un golpe sordo, fallando estrepitosamente el tiro.
—Pensaba que ibas a hacer alarde de tus mágicas habilidades, yogui Raman. ¿Qué ha pasado?
—Si estamos en este lugar tan apartado es sólo por una razón. He accedido a revelarte todos mis conocimientos mundanos. La demostración de hoy tiene por objeto reforzar mis consejos sobre la importancia de marcarse objetivos claramente definidos y de saber exactamente adonde vas. Lo que acabas de ver confirma el principio más importante para cualquiera que busque alcanzar sus metas y cumplir el propósito de su vida: es imposible dar a un blanco que no puedes ver. La gente se pasa la vida soñando con ser más feliz, vivir con más vitalidad y tener abundancia de pasión y dinamismo. Pero no ven la importancia de invertir aunque sólo sea diez minutos al mes en escribir cuáles son sus metas y pensar en el significado de sus vidas, en el dharma. Fijarte objetivos cambiará radicalmente tu vida. Tu mundo se volverá más pleno, más placentero y más mágico.
»Mira, Julián, nuestros antepasados nos enseñaron que marcarse objetivos claramente definidos es básico para conseguir lo que deseamos. De donde tú vienes, la gente se marca objetivos materiales. Eso no tiene nada de malo, si es lo que uno más valora en la vida. Sin embargo, para alcanzar el autodominio y el esclarecimiento interior, debes también fijarte objetivos en otros campos. ¿Te sorprendería saber que yo tengo objetivos claramente definidos con respecto a la tranquilidad de ánimo, la energía cotidiana y el amor hacia cuantos me rodean? Fijarse metas no es únicamente para abogados como tú que viven en un mundo lleno de atractivos materiales. Cualquiera que desee mejorar la calidad de su mundo interior y exterior hará bien en agarrar un papel y ponerse a escribir sus objetivos. Es a partir de ahí que entrarán en funcionamiento fuerzas naturales que irán transformando los sueños en realidades.

Lo que estaba oyendo me fascinaba. Cuando yo jugaba al fútbol en la escuela secundaria, nuestro entrenador siempre hablaba de la importancia de saber lo que queríamos conseguir en cada jugada. «Conoce el resultado», era su credo personal, y nuestro equipo jamás salía al terreno de juego sin un plan bien definido que nos condujese a la victoria. Me pregunté cómo era que, a medida que me hacía mayor, nunca me tomaba el tiempo necesario para desarrollar una táctica de juego aplicable a mi vida. Quizá Julián y el yogui Raman tenían algún truco para eso.
—¿Qué tiene de especial poner por escrito tus objetivos? ¿Cómo puede algo tan simple ser tan decisivo? —pregunté.
—Tu evidente interés me sirve de inspiración —dijo Julián, complacido—. El entusiasmo es una de las claves para una vida de éxito, y me alegra comprobar que aún conservas el tuyo. Antes te enseñé que cada uno de nosotros tiene unos sesenta mil pensamientos al día por término medio. Anotando tus deseos y objetivos en un papel, lo que haces es ondear una bandera roja para que tu subconsciente sepa que este pensamiento es más importante que los otros 59.999. Tu mente, por lo tanto, empezará a buscar la realización de tu destino como si fuera un misil. De hecho es un proceso científico. La mayoría de las personas no es consciente de ello.
—Algunos de mis socios son verdaderos ases marcándose objetivos —observé—. Y ahora que lo pienso, son los que más han prosperado, económicamente hablando, de entre la gente que conozco. Pero no diría que sean los más equilibrados.
—Tal vez no se han marcado las metas correctas. Mira, John, la vida suele dar lo que le pides. En general la gente quiere sentirse mejor, tener más energía o vivir con mayor satisfacción. Pero cuando preguntas qué es exactamente lo que quieren, no saben responder. La vida cambia desde el momento en que empiezas a buscar cuál es tu dharma —dijo Julián, irradiando verdad a través de sus ojos.
»¿Nunca conociste a alguien con un nombre raro y luego empezaste a ver ese nombre en todas partes, la prensa, la televisión, la oficina? ¿O no te has interesado alguna vez por algo, qué sé yo, la pesca con mosca, y luego has visto que dondequiera que ibas oías cantar las excelencias de la pesca con mosca? Esto es sólo una ilustración del antiguo principio que el yogui Raman denominaba joríki, que significa "mente concentrada". Concentra hasta el último gramo de tu energía mental en descubrirte a ti mismo. Aprende en qué destacas y qué te hace feliz. A lo mejor, dada tu paciencia y lo que te encanta enseñar, deberías ser maestro de escuela. Quizá eres un pintor o un escultor frustrado. Sea como sea, busca tu pasión y lánzate a ella.
—Ahora que lo pienso bien, sería muy triste llegar al cabo de mi vida sin darme cuenta de que tenía un don especial que hubiera podido liberar el potencial de mi mente y ayudar a los demás... aunque fuera un poco.
—Exacto. A partir de ahora mismo, intenta concretar tu objetivo en la vida. Despierta tu mente a la abundancia de posibilidades. Empieza a vivir con más entusiasmo. La mente humana es el mejor filtro. Si se usa adecuadamente, descarta lo que percibes como no importante y te da solamente la información que estás buscando. Ahora mismo, mientras estamos aquí sentados, hay muchas cosas a las que no prestamos atención. Por ejemplo, la risa de unos enamorados mientras pasean por la calle, ese pez que hay en la pecera que tienes detrás, el aire frío que sale del acondicionador, los latidos de mi corazón. Del mismo modo, cuando decides concentrar tu mente en los objetivos de tu vida, la mente empieza a descartar lo que no importa para centrarse sólo en lo importante.
—Te seré sincero —dije—, creo que ya sería hora de que averiguara mi propósito en la vida. No me malinterpretes, hay cosas muy bonitas en mi vida. Pero no está resultando tan gratificante como cabría esperar. Si hoy me fuera de este mundo, no sé si me perdería gran cosa.
—¿Qué sientes al pensarlo?
—Me deprime —dije con sinceridad—. Sé que tengo talento. De hecho, cuando era más joven tenía madera de artista. Eso fue hasta que la abogacía me tentó con la promesa de una vida más estable.
—¿Alguna vez desearías haber sido pintor?
—No he pensado mucho en ello, la verdad. Pero te diré una cosa: cuando pintaba lo pasaba en grande.
—Te daba satisfacción, ¿verdad?
—Desde luego que sí. Cuando estaba en el estudio, pintando, perdía la noción del tiempo. La tela me absorbía completamente. Para mí era una auténtica liberación. Era casi como trascender el tiempo y moverse en otra dimensión.
—Eso es debido al poder de concentrar la mente en algo que te gusta. Goethe dijo que «estamos hechos y moldeados por lo que amamos». Puede que tu dharma sea iluminar el mundo con preciosos cuadros. Podrías invertir un poco de tiempo cada día en pintar.
—¿Y si aplicara esta filosofía a cosas menos esotéricas que cambiar mi vida? —pregunté con una sonrisa.
—No estaría mal —dijo Julián—. ¿Como qué?
—Supón que uno de mis objetivos, aunque secundario, fuese eliminar los michelines que adornan mi cintura. ¿Por dónde empezaría?
—No te dé vergüenza. Para dominar el arte de marcarse y conseguir objetivos hay que empezar por cosas pequeñas. Es más, ejercitarse en lograr pequeñas hazañas te prepara para abordar las grandes. Bien, y respondiendo a tu pregunta, no hay nada malo en proyectar una serie de pequeños objetivos mientras uno planifica los más importantes.

Julián me dijo que los Sabios de Sivana habían creado un método de cinco pasos para hacer realidad el propósito de sus vidas. Era un método sencillo y práctico, y funcionaba. El primer paso era formarse una clara imagen mental del resultado. Julián me dijo que, si se trataba de perder peso, yo debía visualizarme cada mañana, recién levantado, como una persona delgada, en forma, llena de vitalidad y energía. Cuanto más clara fuese la imagen mental, más efectivo sería el proceso. Dijo que la mente es una verdadera mina de poder y que este simple imaginar mi objetivo abriría las puertas para la consecución de mi deseo. El segundo paso consistía en someterme a mí mismo a presiones positivas.
—La razón principal de que la gente no persevere en las cosas que se propone es que es muy fácil caer en los viejos hábitos. La presión no es siempre algo malo. Puede inspirarte para alcanzar grandes cosas. La gente suele conseguir cosas importantes cuando está entre la espada y la pared y se la obliga a echar mano del potencial que lleva en su interior.
—¿Cómo puedo yo crear esa presión positiva? —pregunté pensando ya en las posibilidades de aplicar este método a todo, desde levantarme más temprano a ser un padre más paciente y afectuoso.
—Hay muchas maneras. Una de las mejores es el compromiso público. Di a todo el mundo que sabes que vas a perder esos kilos de más o escribir esa novela o cualquier otro objetivo que te hayas marcado. Una vez hagas pública tu meta, verás que la presión te estimula a trabajar en la dirección fijada, pues a nadie le gusta parecer un fracasado. En Sivana, mis maestros empleaban medios más drásticos para concitar esa presión positiva. Se decían unos a otros que de no cumplir sus compromisos, como ayunar una semana o levantarse cada día a las cuatro para meditar, bajarían a la cascada y se pondrían bajo el agua helada hasta que se les entumecieran las extremidades. Esto es un ejemplo límite del poder de la presión a la hora de forjarse buenos hábitos.
—Ejemplo límite me parece una manera muy suave de llamarlo, Julián. ¡Qué extravagante ritual!
—Pero extraordinariamente efectivo. Fíjate que si entrenas a tu mente para que asocie el placer con los buenos hábitos y el castigo con los malos, tus flaquezas caerán muy pronto.
—Has dicho que había que seguir cinco pasos para realizar mis deseos —dije impaciente—. ¿Cuáles son los tres restantes?
—Sí, John. El primer paso es tener una visión clara del resultado. El segundo es crear una presión positiva que te sirva de inspiración. El tercer paso es muy simple: nunca te marques una meta sin fijar un plazo. Para insuflar vida a un objetivo, has de fijarle un plazo muy preciso. Es como cuando preparas casos; siempre centras tu atención en los que el juez ha de ver mañana, no en los que aún no tienen fecha de vista.
»Ah, y por cierto, recuerda que un objetivo no es tal si no lo anotas por escrito. Cómprate un diario; te bastará con una libreta de espiral. Bautízalo "cuaderno de sueños" y anota en él todos tus deseos, objetivos y sueños. Es una forma de conocerte a ti mismo.
—¿No me conozco aún?
—La mayoría de la gente no se conoce. No se han tomado el tiempo de analizar sus flaquezas y sus puntos fuertes, sus esperanzas y sus sueños. Según los chinos, tres son los espejos que forman la imagen de una persona: el primero es como se ve uno mismo, el segundo como te ven los otros, y el tercero refleja la verdad. Conócete a ti mismo, John. Conoce la verdad.
»Divide el cuaderno en secciones independientes según las distintas áreas de tu vida. Por ejemplo, podrías tener secciones para anotar objetivos en materia de puesta a punto, objetivos financieros, objetivos sociales y de relación y, tal vez lo más importante, objetivos espirituales.
—¡Caray, suena divertido! Nunca me había pasado por la cabeza hacer algo tan creativo. Debería ponerme a prueba más a menudo —dije.
—Estoy de acuerdo. Otra técnica muy efectiva que aprendí en Sivana es incluir en el cuaderno imágenes de las cosas que deseas e imágenes de personas que hayan cultivado los talentos y habilidades que tú esperas emular. Volviendo a tus michelines, si quieres perder peso y estar en buena forma física, pega en tu cuaderno una foto de un corredor de maratón o un plusmarquista de lo que sea. Si quieres ser el mejor marido del mundo, podrías recortar una foto de alguien que represente ese ideal (quizá tu padre) y ponerla en la sección de relaciones. Si sueñas con una mansión junto al mar o con un coche deportivo, busca imágenes inspiradoras y úsalas en tu libro de los sueños. Revisa el cuaderno cada día, aunque sea sólo unos minutos. Conviértelo en tu amigo: te sorprenderán los resultados.
—Tus ideas son revolucionarias, Julián. Quiero decir, aunque todo esto hace siglos que está ahí, toda la gente que conozco podría mejorar su vida cotidiana con sólo aplicar algunas de las técnicas. A mi mujer le encantaría tener un cuaderno así. Seguro que lo llenaría de fotos donde se viera mi abultado estómago.
—Bah, tampoco es tan grande —me consoló Julián.
—Entonces ¿por qué Jenny me llama señor Donut? —dije, y sonreí.
Julián se echó a reír. Yo no pude por menos de imitarle. Al momento estábamos los dos carcajeándonos.
—Si no te ríes de ti mismo, ¿de quién te vas a reír? —dije.
—Tienes toda la razón, amigo mío. Cuando era un abogado famoso, uno de mis principales problemas era que me tomaba la vida demasiado en serio. Ahora soy más bromista y más infantil. Disfruto de todo lo que me da la vida, por pequeño que sea. Pero vamos al grano. Tengo mucho que decirte y me está saliendo todo de golpe.
»Volvamos al método de cinco pasos para conseguir tus metas. Una vez te formas una imagen mental del resultado, creas un poco de presión positiva, fijas un plazo y pasas tu compromiso al papel, el siguiente paso es aplicar lo que el yogui Raman llamaba "la regla mágica del 21". En su mundo, las personas instruidas creían que, para que un comportamiento nuevo cristalice en hábito, hay que realizar esa nueva actividad durante veintiún días seguidos.
—¿Qué tiene de especial esa cifra?
—Los sabios dominaban el arte de crear nuevos y más gratificantes hábitos de conducta. El yogui Raman me dijo que el mal hábito, una vez adquirido, era imposible de borrar.
—Pero tú llevas toda la noche proponiéndome que cambie mi manera de vivir. ¿Cómo voy a hacerlo si no puedo borrar ni uno solo de mis malos hábitos?
—He dicho que los malos hábitos no se pueden borrar, pero no que no puedan ser sustituidos —precisó Julián.
—No recordaba que eras el rey de la retórica, Julián. Pero creo que te entiendo.
—La única manera de asentar un nuevo hábito es emplear tal energía en ello que el viejo hábito se retire por sí mismo como si fuera un huésped indeseable. Este proceso se completa generalmente en veintiún días, el tiempo necesario para crear un nuevo camino neuronal.
—Supón que quiero practicar la técnica del Corazón de la Rosa para borrar el hábito de preocuparme, vivir a un ritmo más tranquilo. ¿Debo hacerlo cada día a la misma hora?
—Buena pregunta. Lo primero que te diré es que no estás obligado a hacer nada; todo cuanto te estoy explicando esta noche lo ofrezco como amigo que se interesa por tu desarrollo personal. Cada estrategia, herramienta o técnica ha sido probada durante siglos para contrastar su efectividad. Esto te lo puedo asegurar. Y aunque mi corazón me dice que debería implorarte que probaras todos los métodos de Sivana, mi conciencia me dicta que me limite a cumplir mi deber de compartir estos conocimientos contigo, y que seas tú quien los ejecute a su manera. Mi consejo es éste: nunca hagas nada porque tienes que hacerlo. La única razón para hacer algo es porque quieres y porque sabes que es lo más correcto que puedes hacer.
—Me parece razonable, Julián. Y no te preocupes, ni por un momento he sentido que me estuvieras metiendo toda esa información con calzador. Además, lo único que podrías hacerme tragar a la fuerza es un paquete de donuts... y no te costaría mucho —bromeé.
Julián sonrió.
—Gracias, amigo. Y respondiendo a tu pregunta, te sugiero que pruebes la técnica del Corazón de la Rosa cada día a la misma hora y en el mismo lugar. Todo ritual tiene un poder tremendo. Los astros del deporte que comen siempre lo mismo o se atan del mismo modo los cordones de sus zapatillas antes del momento cumbre están invocando el poder del ritual. Los miembros de una iglesia que realizan los mismos ritos, llevan las mismas ropas, están empleando el poder del ritual. Incluso la gente que hace el mismo trayecto o dice las mismas cosas antes de una importante reunión de negocios está aplicando el poder del ritual. Cuando introduces una actividad en tu rutina diaria haciéndola de la misma manera y a la misma hora cada día, esa actividad se convierte rápidamente en un hábito.
»Por ejemplo, la mayoría de la gente hace lo mismo cuando se despierta, sin pensarlo: abrir los ojos, bajar de la cama, ir al baño y cepillarse los dientes. Por lo tanto, dedicarte durante veintiún días al mismo objetivo y realizar esa misma actividad a la misma hora hará que se convierta en un hábito. En poco tiempo conseguirás ese nuevo hábito, sea la meditación, levantarte más temprano o leer una hora al día, con la misma facilidad con que te cepillas los dientes.
—¿Y el último paso para conseguir tus metas y avanzar por el camino del propósito?
—El último paso es aplicable en la medida en que avanzas por el sendero de tu vida. Debes disfrutar del proceso. Los Sabios de Sivana solían hablar de esta filosofía. Creían firmemente en que un día sin risa o un día sin amor era un día sin vida.
—No estoy seguro de entenderlo.
—Sólo digo que debes asegurarte de pasarlo bien mientras avanzas por el camino de tus objetivos. Nunca olvides la importancia de vivir con júbilo desbordante. Nunca descuides la exquisita belleza que hay en todas las cosas vivas. Hoy, y este momento que compartimos, es un regalo. No pierdas el ánimo, la alegría ni la curiosidad. Concéntrate en tu propósito y en servir desinteresadamente al prójimo. El universo se ocupará de todo lo demás. Es una de las leyes más genuinas de la naturaleza.
—¿Y no he de lamentar lo que haya ocurrido en el pasado?
—Exactamente. No existe el caos en el universo. Todo tiene su razón de ser, todo lo que te haya pasado o haya de pasarte. Recuerda lo que dije, John: cada experiencia conlleva una lección que aprender. Así que no insistas en lo secundario. Disfruta de la vida.
—¿Eso es todo?
—Aún tengo muchas cosas que decirte. ¿Estás cansado?
—Nada de eso. En realidad, estoy entusiasmado. Y tú eres el catalizador, Julián.
—Muy bien. Antes de seguir adelante con la fábula del yogui Raman, hay una última cosa sobre cómo alcanzar tus sueños que quiero dejar clara.
—Adelante.

—Existe una palabra que los sabios siempre pronunciaban con tono casi reverencial. Esta sencilla palabra parecía tener para ellos un profundo significado y salpicaba su charla cotidiana. La palabra es pasión, y se trata de un término que debes tener siempre en primer plano mental en tu misión de alcanzar tus objetivos. Un ardiente sentido de la pasión es lo que mejor puede propulsar tus sueños. En nuestra sociedad hemos perdido la pasión. No hacemos las cosas porque nos guste hacerlas, sino porque creemos que hemos de hacerlas. Es la clave de la desdicha. Y no estoy hablando de la pasión romántica, aunque éste es otro de los ingredientes para una existencia inspirada. Estoy hablando de una pasión por la vida. Reclama la alegría de despertar cada mañana lleno de energía y júbilo. Insufla el fuego de la pasión a todo aquello que hagas. Pronto cosecharás recompensas, tanto materiales como espirituales.
—Lo dices como si fuera fácil.
—Y lo es. A partir de esta noche toma el control sobre tu vida. Decídete, de una vez por todas, a ser el dueño de tu destino. Corre tu propia carrera. Descubre tu vocación y empezarás a experimentar el éxtasis de una vida inspirada. Por último, recuerda que lo que está detrás y lo que está delante de ti no es nada comparado con lo que está dentro de ti.
—Gracias, Julián. Realmente necesitaba oírlo. Nunca había sabido lo que faltaba en mi vida hasta esta noche. He estado vagando sin rumbo, a falta de un verdadero propósito en mi vida. Las cosas van a cambiar, te lo prometo. Te estoy muy agradecido.
—No hay de qué, amigo mío. Sólo estoy cumpliendo mi propio objetivo.

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